Mecanismos de Defensa

SEGUNDO EJEMPLO
Dra. María Ana Ennis
Médica Psiquiatra (UBA). Fundadora de la Escuela de Psicoterapia Simbólica (1974).
Becada en la Universidad de Loyola, Chicago, USA. (1960-1962).
Publicaciones: Psicoterapia Simbólica. Editorial Hachette, Bs. As. 1974.
Psicoterapia Simbólica. Fundamentación y Metodología. Editoral López Libreros, 1981.

Este artículo amplia y profundiza el publicado anteriormente en la revista N° 2 de la Fundación de Psicoterapia Simbólica.


Procuro ejemplificar los mecanismos de defensa: evitación, fantasía y compensación detectados en Psicoterapia Simbólica.

PACIENTE 816

Pertenece a un psicólogo que concurre a mi consultorio para aprender la metodología de la Psicoterapia Simbólica. Como había hecho anteriormente dos psicoterapias con enfoques distintos, no necesitaba un nuevo análisis. Con todo aceptó mi propuesta de aprender esta metodología experimentándola en sí mismo. Por esta razón no hice una historia clínica. Sólo sabía que era psicólogo, que ejercía su profesión y que era español.

Transcribo dos sesiones de psicoterapia para mostrar los mecanismos de defensa que implementa y conocer los hechos traumáticos de su vida que, a mi modo de ver, no habían sido resueltos todavía.

PRIMERA SESIÓN. ESCALERA.

- Siento cierto temor, aprensión en las manos. Lo primero que veo es un pozo redondo... es negro, oscuro.
- ¿Va bajando?
- Voy superando la sensación de miedo, me voy animando, no es tan negro como yo lo veía, no tengo sensación de miedo ahora. No veo nada de particular.
- ¿Llegó abajo?
- Sí, estoy más aliviado. No había nada que temer. Está en penumbra, es como un sótano. Baldosas grandes de cemento.
- Camine hacia su izquierda.
- Temo separarme de la escalera, prefiero quedarme en la boca del pozo. Tengo ganas de explorar. Tengo aprensión, temo a las víboras (recuerdo lo que me contaba una señora: que había un chico en un sótano que gritaba; cuando lo encontraron estaba medio comido por una boa). Voy caminando, me viene tranquilidad, me voy asegurando. Es una especie de sótano, oscuro, como si al ir yo, hay cierta claridad.
- ¿Qué hay?
- Está vacío, me siento miedoso, me lo reprocho, me avergüenza.
- ¿Hay alguna puerta?
- Trato de reconocer. En una punta hay como una puerta u otra cosa, como si no estuviera totalmente cerrada.
- Acérquese a ella.
- Siento aprensión, tensión grande, una especie de paralización, temor. Tengo que tomar una especie de respiro. Pienso que voy a atreverme a pasar, necesito recobrarme, reasegurarme. Temo que puede haber algo valioso y que mis temores son imaginativos. Hay una puerta con dos columnas, como base egipcia. Puede haber un tesoro como de Tutankhamón, puede haber algo reluciente como joyas. Me va entrando como serenidad. No hay razón para temer. La puerta es muy oscura, estaba en la parte donde yo bajé. Tengo que juntar coraje para animarme. No es un túnel sino como una caverna.
- ¿Entró?
- Sí, voy caminando, siento temor y avidez por saber. Se me impone una caverna con agua, un paisaje como de Solís. Es un río subterráneo con estalactitas y estalagmitas, es precioso, con reflejos y ruido de agua que corre tranquila. Debe haber una cascada, pero no se ve. Islotes, medio húmedo. Extraño, me siento cómodo pero con aprensión, como si algo me diría que tendría que tener aprensión, como si algo me quisiera alertar. Totalmente solitario.
- ¿Lo recorre?
- Me he quedado mirando, cauteloso, no me quiero alejar de la entrada.
- Recórralo.
- Tomé a la izquierda. Cuelgan cosas del techo, siento ruido de agua que cae. A medida que voy caminando, hay una claridad distinta a la de antes. No veo por dónde entra luz. Tengo miedo que salten sapos y ranas, preferiría que no hubiese nada de eso porque me asustan un poco. Por otra parte me gusta que haya vida. Me molesta lo inesperado.
- Siga caminando.
- El estrépito se hace más cercano, como si el agua se hiciera más burbujeante. Llego al salto de agua, me quedo mirando cómo cae. No se puede seguir, me quedo mirando el salto, cómo cae el agua. Me siento a mirar con las piernas cruzadas. Miro por todas partes. Miro cómo se puede trepar por el costado pero lo veo muy inaccesible, poco tentador, muy peligroso, no lo veo prudente, no lo veo posible, no me siento buen escalador.
- Busque una salida.
- Tendría apuro por volver, aunque me siento cómodo, tranquilo, con ganas de meditar o de llorar, tranquilo para todo eso. Voy a explorar por la derecha, hay como un cruce, como si pasara encima del agua frente a la cascada. Avanzo. Hay follaje, vegetación, plantas de agua de humedad. Me gusta mucho ese follaje, el agua, la tierra brillosa. Un poco enmarañado. Está barroso el piso, sigue siendo gruta.
- Salga de la gruta.
- Sí. Parece un paso entre ligustres. Encuentro la luz del sol que pega fuerte.
- Descanse ahí.

INTERPRETACIÓN

El sentir cierto temor, aprensión en las manos le simboliza inhibición, retracción, parálisis. Un pozo redondo lo interpretó así. "Me sentí niño desconcertado y abandonado sin tener a quién querer con mezcla de temor. Me veo como adolescente de 13 o 14 años".

Aquí interrumpí la interpretación para preguntarle qué pasó a esa edad. Me relató lo siguiente: Vivió en España hasta los 11 años durante la guerra civil. Su padre era un combatiente, lo veía muy pocas veces, le parecía que se embriagaba. Su madre junto a su abuela, su hermana menor y él fueron desplazados a distintas zonas por causa de la guerra. En una oportunidad se hallaron en zona enemiga, por esta razón se le advirtió seriamente que debía tener sumo cuidado de no hablar nada respecto a su casa, ni aún de lo que habían comido, pues mataron al jefe de la estación y toda su familia porque el hijo había comentado que habían comido alguna legumbre que no se producía en esa zona, lo que evidenciaba que lo habían recibido del enemigo. Esto explica su gran inhibición y la necesidad de reafirmarse en cada momento.

Cuando él tenía 11 años, su madre junto a sus dos hijos lograron salir de España gracias a las gestiones de la Cruz Roja y por tener familiares en la Argentina que los podían recibir. Hasta los 13 años fue buena la convivencia, hasta que su madre muere por T.B.C. El tío político sólo se hace cargo de la hermana y a él le proponen dos alternativas: o volver a España a buscar a su padre; para ello le pagaban el pasaje, o bien lo conseguían una pensión y le pagaban los primeros meses, junto a un permiso para trabajar - porque aún no había cumplido los 14 años -, y el poder estudiar en un colegio nocturno. Todo esto con la prohibición de volver a esa casa. Él decidió quedarse en la Argentina, por los recuerdos de la guerra y el temor de encontrarse con un padre alcohólico. Esto motivó la separación con su hermana. Volvieron a encontrarse de adultos.

OTRAS INTERPRETACIONES:

Como un sótano con baldosas grandes de cemento: Yo viví antes de los 6 años en un castillo que se usaba como refugio.

Temor a las víboras y el recuerdo de lo relatado por una señora, acerca de un chico que gritaba en un sótano, y que cuando lo encontraron estaba medio comido por una boa: Temor a ser tragado de los pies a la cabeza, o hasta el tórax, temor a ser envuelto y triturado también.

Extraño, me siento cómodo pero con aprensión, como si algo me diría que tendría que tener aprensión, como si algo me quisiera alertar: es mi situación actual, no veo razón para temer pero es mi fantasía de la guerra civil española.

Se observa en este trabajo imaginativo cómo implementa dos mecanismos de defensa: evitación y fantasía. Por su inseguridad, en vez de enfrentar las situaciones, se detiene, se paraliza, se vuelve sobre sí mismo analizando sus vivencias o bien fantasea para serenarse, procurando anticipar lo que va a encontrar.
La psicoterapia de este paciente fue muy discontinua porque él la suspendía cuando se sentía mejor. Así fue como en el primer año concurrió a 21 sesiones, al año siguiente a sólo 5 sesiones, en el tercer año a 11 sesiones, y al finalizar el cuarto año vuelve a terapia. Se le dio el alta en la sesión Nº 49.
Hacía tres meses que no veía al paciente cuando éste concurrió a la sesión Nº 44 diciendo que se sentía bien, pero que aún notaba que estudiaba con una avidez que él consideraba patológica y que comparaba con la persona que come por gula. No sabía la causa de esta avidez, sólo advertía que le demandaba gran esfuerzo para serenarse y moderarse.
En cada sesión, que duraba alrededor de una hora y media, este paciente por lo general hacía un trabajo imaginativo con la interpretación del mismo y la conclusión final dentro de la misma entrevista. Esto fue posible por ser muy colaborador en las sesiones psicoterapéuticas y por tener gran capacidad de insight; no obstante, ésta fue la única sesión de Psicoterapia Simbólica en la que tuvo gran dificultad para expresarse a nivel simbólico.

VIVENCIA SÍMBOLO

- Tengo dos estados de ánimo, uno de crispación, como quien gritara. Yo todo tenso. Cortado.
- Expréselo en una imagen.
- Torbellino, acelerado, carrera, pero sobre todas las posibilidades reales; descontrolado.
- ¿A dónde quiere llegar?
- Es una cosa sin término, hay una especie... un deseo de valoración, como que yo conseguiría ser admirable; no, admirado para mí mismo. Y eso es algo insaciable, si no tengo eso muero, yo desaparezco, no valgo nada. Me da risa, pero es así. Tener que estar en punta de pie. Hay una cosa de valoración. Yo existo en la medida que rindo, que se sepa, o mejor que yo soy, tengo que ser reconocido, admirado, decisivamente, totalmente.
- ¿Reconocido por quién?
- Tendría que ser el más grande del mundo entero, en conocimiento, ni siquiera igualado, totalmente exacerbado. Me pongo todo en tensión.
- Ubíquese en un lugar hipotético y dígame quién lo admira.
- Lo que me sale decir es: todo el mundo me tiene que admirar.
- Concrete el lugar.
- Estoy como en un rellano del campo. Imagino una cantidad de gente. Veo una figura que viene. Es de un hombre con levita, como del siglo pasado, con barba, hablando con mucho dominio, imperativo, autoridad y energía también, con mucha absolutez, muy dominante, absorbente, autoritarios, sabiendo lo que dice. Los otros lo aceptan incondicionalmente. Magister dicit. Este tipo es un científico, bien del positivismo. Ateo debe ser este tipo, positivista a ultranza. La figura de Lenin se me presenta así. Lo ubico más en Francia; es un científico, como Pasteur, pero no Pasteur, un poco Freud. Muy seguro, dominante, autoritario, muy frío, racional.
- Acérquese a él.
- Como si lo tuviera encima. Lo veo y lo vivo al tipo. No es mi figura, pero es muy sentido por mí, como si pudiera ser yo. Lo veo y lo vivo. Muy rectangular es su cara, una barba tipo en punta, como Lenin. La galera es importante, como lo es el dominio y el imperio que ejerce. Son datos científicos lo que él dice, hechos estructurados. Mucha convicción, demoledor, frío, racionalista. La fascinación de la ciencia del conocimiento. Total rechazo de la ideología religiosa, patraña religiosa, totalmente rechazada.
- Trate de ver qué hay debajo de esa galera y de esa vestimenta.
- Bueno, me costó hacerlo. Saqué la galera. Me siento yo, a mí mismo, tomé conciencia de mí. Me veo como indefenso, vulnerable, pobre de alguna manera, pero vulnerable, indefenso.
- ¿Hay gente alrededor?
- Estoy solo, conmigo mismo. Primero no sentía nada sentirme así, un pobre ser humano, no peyorativo, pero... se va deslizando esa sensación de adolescente y siento la tensión, mucha ansiedad. Es un no querer ser pobre, dominado por un anhelo. En el fondo me siento un marginado social. Estoy anhelando algo que no tengo y deseo tener. Como quien mira una vidriera, algo que desearía tener. Es una mezcla de impotencia que se produce cierta tristeza. Me viene la tentación de soñar despierto lo que no tengo. Sentirme a mí mismo me produce depresión, cierta amargura profunda, melancolía.
- Salga de ese estado... busque salir de ese estado.
- Es como volver a sentirme un pobre ser humano. Me siento cómodo, no quiero ser nada; me siento de mi edad, dichoso de ser un pobre ser humano. Me vienen vagamente pasajes bíblicos. No me interesa ser otra cosa. Me siento real, verdadero; no se puede ser otra cosa. Me quedo tranquilo, porque antes no podía estar tranquilo. Temo no ser capaz de salir de esa cosa, de que me domine. Hay algo... que no domine yo las cosas. Porque antes me sentía infeliz y se me levantaba ese anhelo tan grande. No me interesa tener esa galera, me parece absurdo, no me parece real que el ser humano sea así. Cuando vuelve la imagen... tiene un prestigio muy grande. En el fondo, fondo, no me interesa, lo veo falso, pero... tiene mucho prestigio. Me atrae mucho. Tengo una convicción ahora o bastante reciente que eso no me interesa y me hace muy feliz pensar que no me interesa. Si me dejo llevar por la imagen esa, me fascina, ser capaz de hablar así, tener esa autoridad, esa aceptación total, ser aceptado así, ser admirado incondicionalmente, sobre todo imponer lo que se está pensando. Si vuelvo a sacar la galera, me siento yo, me dan ganas de reírme de eso. Feliz de comer unas bellotas y reírme de todo lo demás, contemplando la naturaleza. Pero ahí estoy a solas conmigo mismo y feliz, pero... como si no pudiera estar del todo. Ese personaje de galera me reclamara y no pudiera estar conmigo mismo, y chau. Ahora me cansé, me viene un sueño, un agotamiento.

 

Cuando con la ayuda del terapeuta logra expresar su vivencia en un símbolo, la del personaje de levita y galera rodeado de gente, que luego logra desenmascarar al sacarle el atuendo, descubre su gran complejo de inferioridad, como él mismo lo expresa: "un marginado social" y "como quien mira una vidriera algo que desearía tener". Busca compensarlo con un mecanismo de defensa; el sentimiento de superioridad representado por un personaje famoso, sin valorar la ideología que subyace en él, importándole sólo el poder ser así, admirado incondicionalmente y sobre todo imponer sus ideas.
En el diálogo posterior que mantuvo con el terapeuta, reconoció que debía dar gracias a Dios por la cultura adquirida y por su título universitario obtenido con su esfuerzo, a pesar de haber sido abandonado por sus familiares a los trece años, en un país extranjero, en el que debió trabajar desde esa temprana edad, para mantenerse y poder estudiar. Es decir, logró una actitud realista de valoración y de aceptación de sí mismo, tanto de sus posibilidades como de sus limitaciones.