Dificultades e Impedimentos en el Proceso de Simbolización

Lic. Mariana De Ruschi

Licenciada en Psicología. (Universidad del Salvador)

Ex-docente de la Universidad del Salvador, Carrera de Psicología.

Miembro de la Escuela de Psicoterapia Simbólica.


Resumen

El presente escrito ofrece una interpretación teórica de los mecanismos de defensa, en su relación con el proceso de simbolización. La "evitación del mal", aparece como la clave antropológica explicativa de estos "hábitos de desconocimiento" de la realidad, que impiden la configuración del símbolo, "forma inteligible" en lo que el psiquismo aprehende el sentido.


Abstract

This work offers a theoretical interpretation of "defense mechanisms" in their relation with the process of building up symbols. Avoiding evil appears as the anthropological key to the comprehension of these "habits of misunderstanding" which hinder the production of symbols (intelligible forms within and through which the psyche apprehends sense).


Consideraciones antropológicas preliminares

El hombre apetece, naturalmente, conservar su ser y se aparta de todo aquello destructivo para ese mismo ser, identificado con un bien. En la búsqueda de lo apetecible, la privación de bien incita evitación. Importa aquí recordar que la apetencia de los bienes arduos (y de alguna manera lo son, todos los bienes espirituales), requiere que estos sean imaginables, imaginados; por otra parte es menester en la arduidad, el concurso del apetito irascible. La ira, más cercana a la razón que el apetito concupiscible, contribuye a perfilar el bien.

El mal, como veremos en el estudio de la psicopatología, "desactúa": retiene la pasión en su potencialidad de bien, la priva del acto. El mal, no-ser, sólo puede apetecerse "per accidens", en cuanto por alguna privación de ser, el propio ser se conserva.

El nivel espiritual-encarnado de integración de lo psicológico exige la subordinación del odio al amor, de la fuga al deseo, de la tristeza al gozo, y el "empuje a lo grande" propio de la esperanza. Vemos cómo el ser humano está psicológicamente dotado para superar los estados de recepción de la privación de bien en la realidad.1 Sin embargo las pasiones de odio, aversión y tristeza (pasiones de "signo negativo" del concupiscible) y las de desesperación y temor (pasiones de "signo negativo" del irascible) conllevan el riesgo de que la recepción de su objeto se intensifique en ausencia o debilitamiento de la dirección al fin (de los actos pasionales de "signo positivo"): Las pasiones de "signo negativo" sólo tienen razón de fin subordinadas al amor. La limitación o ausencia de conocimiento vivencial de los bienes sensibles y espirituales promueve la desorganización, dispersión o desorden de los actos pasionales. La subordinación al amor se hace tanto más notoria y saludable tratándose del apetito espiritual, es decir, de la voluntad.

Si bien existe una voluntad natural de conocer, es posible rechazar el conocimiento, por las dificultades que entrañan sus actos propios y por la previsión de situaciones consecuentes displacenteras. Surge pues la voluntad de ignorar o de des-conocer aspectos de la realidad portadores de bienes arduos. Las viscisitudes de este itinerario son diversas: si el proceso cognoscitivo ha alcanzado el nivel representacional, la voluntad de ignorar (evitación) permite actos de desconocimiento que podrán, o más bien deberán, hacerse habituales.2 Las "suspenciones del uso de la razón", tienen cualidades diferentes en los diversos cuadros psicopatológicos; debilitan la intensidad de las apetencias espirituales puesto que la libertad, propia del querer voluntario, exige una previa deliberación, o indagación en la realidad. Insistiremos, al considerar los problemas psicopatológicos, que la voluntad siempre puede repeler este amordazamiento de la razón que favorece el reposo en algún bien sensible particular, en algún estado placentero o de egosintonía. La fuerza direccional al fin, por parte del apetito, fácilmente abrevia o interrumpe los procesos cognoscitivos que le preceden.

Las dificultades para que los bienes espirituales puedan vivenciarse como "buenos" son, de algún modo, las mismas que debe salvar la simbolizaicón: superar la adhesión a un cierto fin alcanzado en bienes sensibles o males tomados como bienes, la evitación del conocimiento vivencial de las realidades portadoras de bienes arduos. Pero ya esto nos indica el necesario retorno a la psicología de la simbolización.

La evitación patológica

Para evitar un sentimiento es menester evitar el proceso cognoscitivo que hace presente el objeto causante de tales afectos. Generalmente esta evitación, imperada por la voluntad, se consolida conjuntamente con una sustitución de contenidos3 (realidades por fantasías que guardan alguna verosimilitud) lo cual se vuelve habitual en el psiquismo, y se acompaña con hábitos de pensamiento ulteriores y complementarios llamados "mecanismos de defensa patológicos",4 necesarios para dar coherencia interna al estado psíquico provocado por el falseamiento originario.

Si bien pueden evitarse situaciones asociadas representativa o realmente con las experiencias que se desea evitar, des-conocerlas de modo permanente, suele implicar hábitos de racionalización, justificación, anulación o proyección, para segregar un aspecto de la propia realidad, condenándola, en la penumbra, a ser objeto de confusión o pánico, si los hábitos defensivos se debilitasen. Como expresión de una privación de sentido, de comunicación con el mundo, este estado de evitación y desconocimiento, provoca angustia y genera inhibición.5

Es decir, estos hábitos de falseamiento o desconocimiento, que impiden a la realidad decir lo suyo y lo mío a la vez, se sostienen en:

1. un intento de cambio de dirección, una inversión o "desnaturalización" en los procesos cognoscitivos (de la realidad) a la percepción a la inteligencia/voluntad de la inteligencia/voluntad (a los sustitutos de la realidad). Como los procesos cognoscitivos, inevitablemente, tienden a su ordenamiento natural se pueden producir estados de duplicidad en la conciencia.

2. un pasaje de estados de confusión o de sufrimiento (debidos a situaciones traumáticas, heridas narcisistas, o realidades penosas, o muy arduas) hacia una inhibición creciente de las potencialidades de la personalidad, y angustia con o sin síntomas, y desarrollo de fantasías compensatorias diversas (para construir un "sistema" de equilibrio por polaridades, entre el supuesto bien perseguido y el supuesto mal evitado, en lugar de la realidad misma, equilibrada y "equilibrante"). En lugar de un psiquismo organizado por relaciones y unión de contrastes, surgen la pérdida de medida, regla, orden y equilibrio.

La posibilidad de ver, viene dada por la inteligencia-voluntad por lo cual no es errado atribuirles a partir de una elaboración imaginativa sintetizada por la cogitativa, la privación al psiquismo, de ajuste a la racionalidad, el inicio del desorden "defensivo", con las conductas patológicas consecuentes. Este ver, mediante el trabajo de la simbolización, permite un recorrido inverso al de la construcción de la situación defensiva, y una rectificación de los esquemas afectivos de la cogitativa y de las representaciones de la imaginación, por la iluminación intelectual, siguiendo lo dado en la realidad que una vez simbolizado permite las modificaciones de la personalidad.

¿De qué se trata esta realidad que se ha evitado? Se vincula siempre a un bien que no pudo o no quiso el paciente ver por algún mal concomitante a su aprehensión, o que ha aparecido como mal por una estimación, insuficiente, de la cogitativa avalada por la familia, debida a fallas en la cultura, o en el medio educativo. Estos "males" pueden incluir el temor de perder una imagen de sí mismo o el afecto de los demás, la renuncia a algún aspecto falsamente valorado de la personalidad, etc.6

La evitación fáctica es, al menos en una primera instancia de encuentro con una realidad objetivamente dañina, imposible. La evitación psicológica de situaciones tales como recuerdo de enfermedades, actos de iracundia padecidos, los doble mensajes, etc., pertenecen al movimiento pasional normal, son gestos más bien de salud que de patología, especialmente en la infancia. Sin embargo aún estas realidades privadas de bien se vinculan a un bien que las sustenta, para el que experimenta su negatividad. El mal, que no tiene "sentido", puede simbolizarse sólo en tanto se simboliza un bien (mermado, privado, dañado) es decir sólo puede simbolizarse el mal como una negatividad, que hace resplandecer el valor, el bien, a través del dolor, el espanto o el disgusto.7

Mecanismos neuróticos de defensa8

No intentaremos aquí una discusión teórica con los distintos autores que aplican con mayor o menor lucidez el término "defensa" a una multiplicidad de fenómenos. Adoptamos provisoriamente una denominación común para iniciar el estudio del problema.

El origen de los "mecanismos de defensa" en cuanto hábitos psíquicos, es atribuible a la inteligencia y a la voluntad. Interviene, concomitantemente, muchas veces un elemento orgánico de condicionamiento reflejo. Los hábitos de la inteligencia, "viciosos" o patógenos, incluyen la justificación, la racionalización, la anulación, el aislamiento de contenidos, la proyección, la negación. La afectividad, por su parte, mostrará esta habitualidad viciosa en la debilidad, distorsión o ausencia de sus respuestas, que también se hacen habituales con una modalidad propia, siguen a un estado habitual de desconocimiento (simbólico) de la realidad, y lo perpetúan.9

Los hábitos defensivos, en cuanto habituales, son inconscientes; en su origen son siempre intencionales, con una intencionalidad propia de la sensibilidad, con alguna participación de la voluntad, difícil de determinar. El origen de todo movimiento defensivo, y su consecuencia, son la evitación de un aspecto de la realidad, de su presencia psíquica, de su experiencia y, por ende, de la correspondiente respuesta afectiva. Resultan siempre en una "desinteligencia", en un desencuentro con lo real, en una privación, para el psiquismo, de su diálogo con la realidad, que intentará restaurarse o compensarse con "el paso a la acción", conductas y afectos patológicos, o con síntomas que indican el fallido intento de continuar ese mismo diálogo por vías clausuradas.10

Entendemos que el movimiento defensivo puede iniciarse a causa de la mera incompletud estimativa de la cogitativa o por una estimación en circunstancias fuertemente condicionadas familiar o culturalmente, o en un trauma. Si surge o se favorece la posibilidad de respuesta afectiva y acto final, en este estado, (por el imperio de la voluntad) este acto, en algún momento, emerge como error, como desajuste con la realidad.11 Este desajuste será "salvado" por las conductas patológicas (fóbicas, obsesivas e histéricas), y sostenida por los hábitos de inteligencia y voluntad que llamamos "defensa" en cuanto mantienen el psiquismo en estado de evitación de una determinada experiencia de la realidad (y por ende en una desinteligencia de su valor esencial o sentido, es decir la debida aprehensión espiritual de la realidad no se alcanza).

La inteligencia, en un hábito de falseamiento, participa, inhabilitada para cumplir con su función de verdad. La configuración del material imagínico desencadena deseos o repulsas. La intencionalidad, puede llegar a ser voluntaria, pero (ya sea por la intensidad y vertiginosidad propias de los procesos regidos por la sensibilidad o por el cumplimiento de un cierto "principio de placer"), procuran y consiguen "realizar" la teleología psíquica al margen de la inteligencia que les impondría un retardo, y una permanencia en estados cuya intensidad la dificulta. La inteligencia queda excluida, no sólo en tanto discurso racional sino, especialmente en cuanto función simbólica, de intuición del valor, de auténtica "inter-pretación". Se constituye un sostén intelectual y afectivo habitual, para una mentira existencial, un "falso cogito", "mito" familiar o individual del neurótico.

Fundamentalmente, volviendo sobre el punto clave de la evitación, diremos que lo que se evita es el protagonismo, pleno, del conjunto de nuestras potencias psíquicas, en situaciones que vulneran de una u otra manera la procura sensible del bien, (sostenida por la intencionalidad de la sensibilidad), siempre en alguna dependencia de una voluntad que actúa al margen de la iluminación intelectual,12 pero requerirá a esta inteligencia para desarrollar los hábitos de desconocimiento o "mecanismos de defensa" que se consolidan en el ejercicio de sus actos propios.

La evitación, como el conocimiento, se refiere a los dos términos del diálogo cognoscitivo, sujeto y objeto: es decir, la realidad penosa incluye representaciones de la realidad entre las que se encuentra la representación (o representación - concepto) de sí mismo.

Las pasiones del irascible suponen como antecedente al apetito concupiscible (cuyo objeto es el bien sensible).13 Pero en el caso de lo arduo extremo y lo malo, (también experimentado como extremo o absoluto), la pasión de "signo positivo" 1) queda totalmente anulada en su actualidad conciente o, 2) se obnubila la intelección y la apetencia del bien amado. Estas situaciones son psicológicamente riesgosas para un psiquismo infantil o inmaduro (carenciado de la vivencia y ejemplo del amor, ya que el amor de otro es imprescindible para disponer al amor en el desarrollo psíquico); su riesgo reside en cuan fácilmente promueven evitación indebida y posteriormente, el desarrollo de esos hábitos viciosos e involuntarios (ya que se ejercen luego a pesar de la retracción de la voluntad), los llamados "mecanismos de defensa".

El conflicto es el indicio más leve de simbolización ausente (o insuficiente) respecto de ciertas realidades. Puede anteceder, si no se resuelve, o acompañar, a los hábitos defensivos y al síntoma. En cuánto al síntoma, su gravedad se relaciona más con la gravedad de las circunstancias originantes que con la gravedad de sus hábitos de desinteligencia en general. La deficiencia en la simbolización impide la modulación de una escala valorativa adecuada a la realidad. El conflicto puede agravarse por las adhesiones a un goce sensible irracional o evitaciones igualmente irracionales, con el consecuente sufrimiento del que lo padece.

El papel de la fantasía es fundamental pues ya se trate de que una parte de la realidad sea tomada por el todo, o negada, es menester su compleción fantasiosa con lo cual la imaginación y toda la sensibilidad acompañan la habitualidad intelectual "defensiva".14

La evitación y la "defensa" conllevan el logro de un cierto placer, aunque los repetidos desencuentros con la realidad y la necesidad de producir un equilibrio artificioso, resulten penosos y lleven a una experiencia de profunda desdicha.

El síntoma: repetición y angustia

Lo que denominamos síntoma es un indicador, (para el que observa y para el que lo padece, en tanto es egodistónico), y un emergente de una situación patológica en relación con la realidad. El síntoma corresponde a una "situación" por cuanto el sujeto se ha situado en una relación con la realidad que la distorsiona, y, asimismo, distorsiona su propia realidad personal. Esta distorsión le resulta egodistónica y encontrándose entrampado por la misma "situación" no logra resolverla.

El sujeto que se ha neurotizado no se apoya, sobre conocimientos por simbolización; al menos des-conoce, en su particularidad, los aspectos referidos o relacionados a su padecimiento.

Podemos suponer que el neurótico:

1) ha evitado y sigue evitando, ya en forma habitual, determinadas representaciones acompañadas de emociones displacenteras.

2) se ha sustituido la referencia a la realidad, por una referencia a construcciones ideacionales artificiosas. En esto intervienen los llamados "mecanismos de defensa", que son hábitos que permiten consolidar el orden ficticio. De aquí surgirán conductas patológicas, notablemente ineficaces para los fines de la vida humana, por cuanto no están apoyadas en el conocimiento racional de la realidad. Algunas conductas sintomáticas sólo surgen para compensar o recomponer el desequilibrio causado por los hábitos de desinteligencia. Así, por ejemplo, un estado de extrema incomunicación resultante de situaciones de fuga fóbica, racionalizada, se compensará o "equilibrará" con momentos verborrágicos de proyección de las faltas y culpas, en una búsqueda artificial de "medida": requerirá el apaciguamiento del enemigo potencial generado fantasiosamente por el mismo enfermo. La "bella indiferencia", surgida de hábitos de negación (y acompañada de fantasías sustitutas de la realidad evitada), se "equilibra" con momentos de intensidad crítica.15 La vida psíquica es contrastada; la salud es unión ordenada y reglada de contrastes; la patología polariza los contrastes (los experimenta, y se relaciona con ellos, como si se tratase de contrarios).

3) la patología, y el síntoma especialmente, son indicios de un intento fallido por ejercer un control eficaz sobre la realidad (en sus aspectos penosos tomados como datos parciales _ parcialidades que pueden absolutizarse). Así, y para poder "evitar" un daño consecuente, quedan retenidos en el síntoma elementos analógicos de esta misma idea evitada, con sus emociones concomitantes. Pero estas representaciones son incluidas en una construcción, con hábitos de pensamiento y de conducta que se repiten al desencadenarse por elementos imaginarios (de una "escena imaginada", más que por la misma realidad, la cual nunca promueve repetición sino creatividad). El síntoma muestra la realidad evitada, registrada en un nivel "imaginario".16

La realidad que resultase patógena para el sujeto permanece desconocida para él, en su sentido. El sujeto posee de esta realidad, datos, asociación a otros datos, y actúa subsecuentemente en función de ellos, completando el cuadro de manera de asegurarse la ubicación y concentración de lo displacentero, para intentar, en vano, controlarlo. Por otra parte, la privación de sentido en la patología, crea un vacío, una ausencia de realidad, que causa angustia, indefectiblemente. La angustia es la emoción adecuada, pues es normal que la produzca la privación de un diálogo veraz con la realidad, (haya o no sentimientos de culpabilidad por ello). Pero el sujeto neurótico cae en su propia trampa y ya no puede abandonar esos hábitos que agravan la situación originaria evitada, aumentando la distancia con la realidad en el afán de controlarla, sustituyéndola por construcciones ideacionales, produciendo la repetición de lo que se desea evitar, representado y recreado en sus elementos accidentales más notorios. Es decir, el sujeto queda adherido a representaciones, por no haber sido capaz de simbolizar la realidad o las realidades en cuestión; y estas realidades mantienen una presencia inevitable por medio de sus representaciones o reconstrucciones. Si lo vivido no da al hombre "sentido", habrá angustia. Si los hábitos psíquicos no se construyen a partir del "sentido", comenzará un estado patológico.

La repetición de los síntomas indica además que el conocimiento experiencial no ha alcanzado el nivel de la creatividad, el nivel de las potencias espirituales. Y esto se debe justamente a la dificultad de simbolizar cuando se erigen esos "sistemas relacionales" en el lugar del símbolo y el sentido. Se repite porque la vida psíquica está detenida en un punto, y seguirá detenida allí hasta que se abra al sentido de las experiencias. Entonces, habrá para el sujeto, novedad y creatividad. Se repite cuando la realidad queda limitada a una función de desencadenante de conductas, y todas las fuerzas del sujeto están sujetas al intento de evitación, sujetas a ese sufrimiento que se repite. El desajuste con la realidad que produjo la evitación de aspectos penosos, genera una ulterioridad de creciente desajuste o alienación por la ausencia de simbolización.

El síntoma nunca devela, nunca muestra lo esencial de una realidad vivida ni de la personalidad en juego. Puede sí, manifestar los accidentes de una situación traumática y no lo esencial (velado por la defensa), sus circunstancias (en representaciones asociadas), indirectamente también, la causa del desconocimiento, parcialidades sustituyendo la totalidad de lo experimentado (resultado del proceso de disociación y/o idealización de los aspectos de una experiencia para "controlarlos" o evitar el dolor que producen).17 Como ejemplo de ello, podemos considerar la conducta escrupulosa, la exagerada minusiosidad, y cuidados de un neurótico obsesivo; todo ello sólo representa el mandato implícito en la actitud de la madre del paciente que le retiró "pulcramente" su atención y aprobación ante un "desborde pasional" infantil (que quedó circunstancialmente asociado, en su imaginación o falta moral, a "suciedad"). "Pulcritud" y "suciedad" no hacen a la esencia de la experiencia. Alcanzado el nivel simbólico, lo esencial de la experiencia resulta ser su masculinidad singularmente desvalorizada por la madre.

Muestra el síntoma, cómo, en qué y por qué se evitó una realidad, pero nunca cuál era el sentido de esta realidad para la vida personal. Por causas psicoéticas del paciente o de su entorno (familiar), una verdad, un bien y una belleza, quedaron obstaculizadas a su aprehensión, pero perdura el intento de aprehenderlas. El sin-sentido del síntoma muestra la pérdida de sentido en una o muchas experiencias que debieron tenerlo para el sujeto. Así el síntoma expresa elaboradamente, una torpeza, un sin-sentido lleno de referencias a las situaciones originarias - traumáticas en algún modo.

Es interesante notar cómo los hábitos defensivos, y las conductas que promueven, constituyen un polo extremo de otro polo, correspondiente al síntoma, en el intento neurótico de alcanzar equilibrio (como una parodia del "punto medio" virtuoso). Sin embargo ambos polos se hacen, secundariamente, presentes en el otro extremo, como un todo compensado: el síntoma actual y predominante se complementa con las conductas defensivas ocultas bajo la aparición del síntoma, y estas mismas conductas neuróticas defensivas enmascaran y ofrecen las condiciones desencadenantes del síntoma. Ambos polos son situaciones ilusorias, construcciones patológicas18.

En el síntoma, la inteligencia ha atribuido un determinado valor a los elementos accidentales de la situación vivida (aportados por la imaginación). La supuesta peligrosidad de estas situaciones exige, no sólo que sean evitadas, sino registradas con especial atención y esfuerzo psíquico. El "decir de otro modo" del síntoma es propio de los desplazamientos y reconstrucciones ("condensación" de elementos), posibilitados por la indeterminación de los procesos asociativos de la imaginación. La imaginación aporta los elementos del síntoma, impregnados de una estimación sensible pero son lo más accidental de la realidad vivida, fragmentarios y parciales. La presencia de la racionalidad en la formación del síntoma se manifestará: 1) en la fijeza de las imágenes o, mejor dicho, la fijeza con que las imágenes quedan unidas a un valor o significado atribuido; 2) en la aptitud para hacer habitual la presentación de un determinado conjunto de representaciones y sus afectos correspondientes, a la manera de un "clisé" de conducta.

El síntoma se mantiene como un aviso permanente de un riesgo para la vida del neurótico, riesgo ilusorio, que el cuadro patológico procura "evitar". ¿Cómo podría "evitarse" el síntoma? En verdad, el neurótico desearía no tener síntoma alguno, pero hay un deseo antecedente al síntoma, y que lo instauró, deseo cuya actualidad necesariamente ha de recuperar el sujeto para suprimir el síntoma.

Recapitulación

En el diálogo con la realidad, propio de la simbolización, las dificultades no promueven necesariamente patología. La voluntad es libre ante todos los objetos particulares que se le presentan, y así puede concluir en un bien sensible, parcial o particular, todo movimiento deseante.

Como ya dijimos, las pasiones de la desesperación y el temor19 implican retracciones del apetito sobre sí mismo. Estas retracciones, son retracciones del deseo, (del amor como pasión capital). El alma queda detenida en este, y en la patología, el terapeuta, debe ayudarla a recuperar el amor a algún bien para ponerla en movimiento hacia la salud.

Es importante considerar que la sensibilidad no puede reunir aspectos diversos de la realidad. Esta insuficiencia de la estimación sensible, propia de la neurosis, se supera por la simbolización. Cuando la búsqueda de lo apetecible se detiene en un bien sensible, la presencia de la inteligencia se incluirá en un "registro imaginario": En el neurótico, la inteligencia ve y define un estado psíquico - puede incluso intentar racionalizarlo, justificarlo. De una inteligencia que "define" a una inteligencia que simboliza es menester la conducción afectiva por parte de una apetencia de bien, voluntad y pasión, hacia esa contemplación racional que permita unir afectos contrarios en un sentimiento nuevo y superador. En los "mecanismos de defensa" la inteligencia confiere a la experiencia (elaborada por los sentidos internos) un valor lógico que incluye como una proposición en un silogismo errado.

Verdad-bien-belleza, no se alcanzan sin la específica iluminación que aporta la simbolización. Podríamos decir que, sin simbolización, la voluntad no puede llegar a apetecer consecuentemente a su rango espiritual, por el cual marca su finalidad a la persona humana.

Notas

1 Querría agregar que cuanto más intensa o prolongada sea la recepción de un objeto privado de bien, por parte del apetito, tanto más difícil se hará la evitación y esto por varios motivos, entre ellos, la posible transformación del psiquismo al objeto dañino (como ocurre entre amante y amado), unido a la posibilidad de descubrir bienes accidentales (beneficios secundarios) en el padecimiento de realidades temidas u odiadas. Por otra parte la percepción y los sentidos internos, carecen de la libertad propia de las potencias espirituales y sus procesos están naturalmente determinados y no se interrumpen sin la participación espiritual (y nunca fácilmente). Agravando la situación, la inteligencia y la voluntad pueden no hacerse cargo del mal, (no pensando en él la inteligencia, rechazándolo la voluntad). Privan de su fuerza resolutoria a un psiquismo que ya se ve dañado por la presencia de estos contenidos.

2 Podemos aplicar el término "renegación", a la situación en que la voluntad de ignorar recae sobre una realidad en razón del valor de que es portadora esta realidad, cuyas notas o cualidades se marcan "en-función-de", (es decir se reniega del "valor en sí"), y se toma un valor "para-mí" arbitrario respecto del contexto de la realidad, como motivación. Se sabe, pero se actúa como quien ignora.

3 La "formación reactiva" se origina por una de tales sustituciones. Asimismo, la proyección, la racionalización y la justificación.

4 ¿Qué sería una «defensa sana»? Ante el mal, los apetitos concupiscible e irascible responden con la pasión apropiada lo cual incluye o puede incluir malestar psíquico, (manifiesto en algún grado en toda evitación fáctica del mal) y habrá retracción sobre sí mismo (por la evitación del contenido en cuestión). De esta situación, el yo sale, impulsado por el mismo amor que lo hizo atravesarla; si este amor es débil, o es débil el irascible (o la situación sobrepasa las posibilidades psíquicas del sujeto) la situación mantiene en estado de retracción al psiquismo, lo priva de diálogo pleno con esta realidad, lo priva de la posibilidad de simbolizar y lo conduce a un uso «neurótico» de las potencias. En la «defensa sana», la evitación permite más que impide la continuación de los movimientos hacia el bien, con lo cual simplemente pierden actualidad las experiencias negativas, conociéndoselas desde su perspectiva más verdadera, vinculadas a un bien que las supera.

5 Obviamente, este des-conocimiento se refiere a realidades ya de algún modo afirmadas, representadas, aceptadas. No nos referimos al des-conocimiento psicótico.

6 El estado de dependencia infantil condiciona fuertemente el inicio de hábitos sanos así como de hábitos de "desinteligencia" en el sujeto infantil, los hábitos afectivos de un niño menor de 5 años son esquemas internos de conducta, ajustados a la normatividad de la realidad, si sus padres son sanos, y a las exigencias afectivas de estos, según su psicopatología, si no lo son.

7 Me parece importante recordar, que nuestros hábitos cognoscitivos y afectivos (inconscientes) se originan en una etapa prelingüística y pre-intelectual con las consiguientes imprecisiones e inadecuaciones en su relación con la realidad. Predomina en estos hábitos, el influjo de la sensibilidad interna. La cesura con las potencias espirituales favorece que se mantengan inalterados a lo largo de la vida, distorsionando a veces las relaciones con la realidad. A lo más, la inteligencia logra justificar tales hábitos en la búsqueda de dar aparente coherencia interna a la conducta. Estos hábitos patológicos, originan lo que A. Lorenzer denomina clisés: un esquema de conducta con escasa participación del principio de realidad, adherido a una imagen o impresión de la realidad. Tales imágenes no son simbólicas sino materialidades desencadenantes de una respuesta quasi-refleja, en inmediatez fusional con un valor mínimo (intencionalidad de la cogitativa) con la participación de imágenes asociadas, e incluso, de conceptos e intenciones espirituales rudimentarios, errados (tomar un bien arduo por un mal, un mal parcial por un mal total, ajustarse a errores consensuados por la familia, el medio, etc.).

8 El término «defensa» sólo explica parcialmente la reacción, que conduce a un estado de diálogo limitado con la realidad propia. Esta reacción se sigue de la aparición de conflictos, angustia e inhibiciones favoreciendo la posterior formación del síntoma. La patología se mantiene por una habitualidad espiritual (hábitos de desinteligencia o desconocimiento de la realidad acompañados de construcciones fantasiosas). Se puede iniciar, a causa de la parcialidad propia de las funciones de los sentidos internos, cuando, en la infancia, no hay figuras parentales que suplan las funciones intelectuales, menos desarrolladas en el niño. Para que un hábito se establezca es menester que éste provea al sujeto, aun al margen de toda racionalidad, alguna satisfacción pasional. Antecede a todos los «no quiero» posteriores, al síntoma o la defensa, un querer fundamental enraizado en una sana búsqueda del valor (espiritual). Consideremos además que en el niño predomina el apetito concupiscible (adhesión simple al bien sensible y huida del mal) respecto a un irascible, débil pues requiere una mayor participación de la racionalidad. En la «defensa» se previene la intermediación ardua o dolorosa hacia un bien.

Excluimos de este estudio sobre la simbolización, dos modalidades de evitación de la realidad por cuanto ellas no coexisten con la posibilidad de simbolizar: me refiero a la modalidad perversa ("renegación") y la modalidad psicótica ("repudio"). Esto no implica la imposibilidad absoluta de simbolización en un perverso o en un psicótico.

1) La renegación es un hábito que incluye en su misma formación, el "paso a la acción" (actos voluntarios resolutorios), lo que implica una drástica marginación de los procesos intelectivos (referidos a la apetitividad espiritual de una realidad); el origen de este hábito es cronológicamente anterior al de los hábitos neuróticos o en estado de mayor inmadurez del psiquismo, necesariamente permitido o favorecido por el medio familiar.

En la actualización de este hábito es notable la aparición de dos afirmaciones contrarias simultáneas y superpuestas, una intelectual-verbal, otra fáctica. Se suprime así la posibilidad misma de sentimientos egodistónicos y de conflicto (los que mantienen viva la necesidad de reflexión en el neurótico, dándole "volumen" a su interioridad).

2) El "repudio" se refiere a la malignidad de la nada, al no-ser percibido fuertemente contrapuesto al ser, invadiendo al ser. Una realidad así "invadida" es frágil, tanto como se experimenta el propio yo, frágil y por ende peligroso. Un rechazo tan radical e intenso de la realidad como el que encontramos en el origen de las psicosis no podría sino extremar la situación de pretendido "autoabastecimiento" que encontramos en estos cuadros.

Como en el caso de las neurosis y de las perversiones, se evita (una representación de) la realidad conjuntamente con (una representación de) el sí mismo. Si en la perversión está impedida la estimación de la representación, en este caso, está impedida la inclusión de la misma imagen de lo percibido, en la funcionalidad de los sentidos internos, "proyectándola" a un afuera que, ya ha perdido las cualidades propias de realidad.

El repudio impide la organización del psiquismo (que sólo puede cumplirse en el diálogo con la realidad). Atribuimos un hábito de tan graves consecuencias a un estadio muy temprano de la maduración psicofisiológica, en estado de carencia afectiva extrema, (lo que no excluye extrema narcisización) y una predisposición biológica (sensibilidad unilateral a la privación de bien) y un adelanto, también unilateral, de las funciones lógicas. Pero estamos aquí en terreno de hipótesis.

A diferencia de la renegación que suele ser muy "exitosa", el repudio acarrea los peores daños a la vida psíquica, es ineficaz en su intento evitativo y agrava la magnitud y la cantidad de los males que se desearía evitar.

Estos comentarios pretenden sólo mostrar cómo estas patologías se desarrollan en ámbitos muy distantes de la simbolización.

9 La habitualidad da cuenta, en esta concepción, de lo inconsciente. Entendemos por hábito, una cualidad estable de las potencias que las dispone a estas, como inclinación firme y constante, a obrar con facilidad y prontitud. Es pues un accidente, que se perfecciona por la frecuente repetición de los actos, en su operar. Los hábitos son especialmente requeridos por las potencias con mayor participación intelectual por cuanto son más libres, menos determinadas a una operación única o exclusiva. En cuanto haya habitualidad, habrá inconsciencia, tanto en el espíritu como en la sensibilidad interna concomitante. ¿Qué es lo básico de estos hábitos o en los «mecanismos» de defensa? Diría, en primer lugar el hábito de los primeros principios del actuar humano: búsqueda del bien, evitación del mal. El apetito natural del ser a su subsistencia, indica el valor fundamental innato, que condiciona originariamente el funcionamiento de nuestra cogitativa, orientando la vida biológica y sensible, hacia lo apetecible. Sin duda esta afirmación incluye un reconocimiento de la importancia de la cogitativa en la formación de los hábitos defensivos, sanos y patológicos, y de todos nuestros hábitos afectivos sanos o patológicos, que se fundan en sus "juicios".

10 Estos hábitos patológicos se acompañan de hábitos corporales, conductas reflejas, somatizaciones, por la unión sustancial de cuerpo y alma.

11 Cuando el desajuste con la realidad, el error, no se registra, se dan las condiciones favorables a una organización psicótica.

12 Que en el caso del sujeto infantil es la de sus padres.

13 Esto se hace extensivo a toda la vida afectiva.

14 La inteligencia reclama el cierre de sus formas.

15 Cuando los reclamos de cuidados infantiles, producto de fantasías originadas en situaciones de carencia o narcisización tempranas, resultan "ineficaces" en la edad adulta, se compensan con la "eficacia" de accidentes, fracasos, desmayos, somatizaciones.

16 Todo lo que en el síntoma sea acción y movimiento corresponde a la búsqueda de un bien que importa descubrir y definir, para la conducción del sujeto hacia su salud.

17 La disociación está incluida en la evitación y la idealización es una de las posibles actividades fantasiosas.

18 Observamos, por ejemplo, cómo la huida fóbica (conducta que sigue a la negación y el aislamiento) contiene la misma tensión de deseo, transgresión del límite u omnipotencia que la ansiosa e irreflexiva voluntad conducente a la impotencia de la situación fobígena y a la angustia. Hábito defensivo, un polo, síntoma, otro.

19 Pensemos que en la infancia el «imposible de evitar» o el «imposible de vencer» un mal difícil, se agravan por un estado de impotencia real.