ACCESO AL MISTERIO DEL SER PERSONAL

LA VÍA SIMBÓLICA

Pbro. EDUARDO PEREZ


 RESUMEN: Se propone la "Vía Simbólica" como la que posibilita el acceso al Misterio del ser personal. Se intenta revalorizar el recurso simbólico, descartado y trivializado por el racionalismo pero sin caer en el exceso contrario del romanticismo.Se postula que la tarea a realizar consiste en descubrir, restablecer y -en casos- diseñar los símbolos expresivos que hagan posible la vía de la sacramentalidad en el conocimiento de lo trascendente.

Vivo mi vida en círculos concéntricos

que se abren sobre las cosas.

No podré cerrar el último tal vez,

pero habré de intentarlo.

 En torno a Dios, antigua torre,

giro y giro por milenios:

todavía no sé si soy tormenta,

halcón o gran cántico.

Rainer M. Rilke. 

Nuestra vida cognoscitiva gira en torno al misterio del ser con la ilusión de abarcarlo y hacerlo nuestro por la vía de la comprensión. Por siglos vagamos alrededor del divino origen de las cosas, errantes en el doble sentido del verbo errar: a veces tormenta que se escurre por sus muros, a veces halcón que distante observa, a veces cántico que se contenta con proclamar su grandeza y su antigüedad.

 El ser se nos devela y oculta en este divino juego que entretiene nuestras horas de ocio desde el día en que abrimos los ojos al mundo y la realidad se nos presentó como un delicioso enigma que merece ser descifrado. Y somos eterna tormenta que de esta antigua torre moja su superficie y en este milenario esfuerzo busca penetrar su pétrea coraza y horadar su altiva defensa. Y cual intrépidos halcones desde la audacia de nuestra altura pretendemos abarcar nuestro objeto sin recordar que la distancia empequeñece lo inmenso dándonos la errada ilusión de abarcarlo. Y somos juglares del eterno cántico de alabanza que entona la creación al mostrar la impronta de su origen.

 El hombre, en su difícil y secular acceso al serm debe partir de la real convicción de hallarse ante lo ciertamente cognoscible, pero nunca abarcable. El ser y su divino fundamento permanecen como la "roca inamovible en la profundidad de la naturaleza" (1). El misterio del ser se nos presenta como lo inmenso, aquello que nos supera en anchura y profundidad, como el océano que extiende sus aguas más allá de nuestro horizonte sensible. Parafraseando a Rilke, "...no podré cerrar el último tal vez, pero habré de intentarlo", para aquietar ese divino impulso que nos lleva a "descubrir en cada forma y en cada vida aquel estigma sagrado que las define y las contiene" (2).

 La esencial apertura de nuestra espiritualidad a lo infinito no nos permite desfallecer en la difícil y apasionante tarea de ingresar y progresar en el conocimiento del ser. Creador y creatura aparecen a los ojos del alma como fascinantes objetos de contemplación. Así como "el poeta que va a hacer un poema tiene el vago sentimiento de que parte hacia una cacería nocturna en un bosque muy lejano" (3), todos los hombres que intentamos acceder al poema del ser tenemos la cautivante sensación de enfrentarnos ante lo misterioso, claroscuro, cercano y a la vez distante: y nuestra ser de infinito, acentuada por la contemplación de su objeto, no se sentirá satisfecha sin intentar develarlo.

Lo inabarcable del ser se presenta a nuestros ojos de manera distinta. El ser de la naturaleza matiral aparece como comprensible, pero nunca abarcable en su extensión por la riqueza y variedad de sus expresiones. El ser espiritual, accesible a nuestras potencias por su apertura al espíritu, se nos presenta en su misma comprensión como arcano, visible y a la vez escondido. El ser personal, definido por Boecio como sustancia individual de naturaleza racional, en su misteriosa trascendencia seduce nuestra ansia de conocimiento con su secular coqueteo.

El hombre, verdadera "abeja de la invisible" (4), se afana en descubrir el enigma del ser espiritual movido también por el impulso irresistible de su propia naturaleza social. Necesitamos develar, conocer -aunque sea en parte- el secreto de Dios, de los ángeles, de los demás hombres y de nosotros mismos. Estamos llamados a comunicar nuestro misterio personal a los demás y a acceder al arcano del otro por una vocación universal a la amistad con todos los seres espirituales. En la secreta elocuencia del "otro" nos dicen "sus almas con los labios mudos, cosas más profundas que las sentencias de los infolios" (5).

Nuestros sentidos captan la realidad particular y concreta; la acción de nuestra inteligencia fecunda estas imágenes dando a luz el concepto que en su universal abstracción prescinde de su realización concreta para establecer un contenido preciso, que limita y define su propia comprensión y extensión. Pero el hombre no sólo abstrae lo universal vaciando a la imagen de sus notas particulares y concretas. La acción resultante del operar conjunto de nuestras potencias cognoscitivas materiales y espirituales abre una nueva vía para la develación del ser: la sensibilidad estética (6).

Intuyendo lo universal y trascendente en lo particular y concreto, la sensibilidad estética sin conceptualizar descubre en un significante un significado escondido que los supera. Es la vía del amante que al mirar los ojos del amado del dato sensible de color, luminosidad, medida, etc., no abstrae el concepto intelectual de "órgano propio de la visión"; sino la experiencia singular de hallarse frente a una ventana que muestra el bien deseado, din dejar de ocultarlo. La vía estética, que busca lo trascendente en lo particular, encuentra en el símbolo uno de sus más valiosos recursos congnoscitivos.

La cooperación de la vía simbólica con el sendero conceptual, propio de la inteligencia dan al conocimiento un panorama más amplio de la realidad. Se debe evitar la contraposición entre estos recursos cognoscitivos que deben colaborar en el acceso al misterio del ser para no caer en la omnisapiencia conceptual del racionalismo, ni en el exceso contrario que vemos en algunos autores del romanticismo. Esta contraposición, que tantas veces ha enfrentado oriente y occidente ha esterilizado muchas inteligencias geniales. Sin embargo, "oriente y occidente no son hermanos hostiles por naturaleza, sino que tienen su misión encomendada por Dios. El oriente es el administrador y guardador del misterio: el occidente el portador del Logos y la tario luminosa. El occidente se agostaría sin el misterio y el oriente se asfixiaría sin la luz de la ratio" (7). Símbolo y concepto presentan el mismo ser y nos abren una senda a su conocimiento, debiendo darse una ayuda recíproca de ambos caminos para evitar el error y el reduccionismo (8).

El símbolo nos abre el secreto ámbito del ser, y lo hace según un doble modo: directo, al indicar una realidad de modo inmediato; indirecto, al evocar una realidad que lo trasciende. La realidad expresada directamente por el signo (significante) nos conduce a una más profunda y escondida (significado).

El lenguaje simbólico es el primer medio expresivo del hombre. El recién nacido se manifiesta por gestos, llanto y sonrisas, y con insistente elocuencia se hace entender perfectamente. Nuestro mundo, aturdido por un fárrago de palabras vacías, siente la necesidad de volver al diáfano lenguaje de los niños. "Es preciso, para hablar a las gentes angustiadas, volver a la sencillez esquemática de las parábolas y de los símbolos" (9) y redescubrir la diáfana salud de su fuente bienhechora.

"La expresión simbólica traduce el esfuerzo del hombre para descifrar y dominar un destino que se le escapa a través de las oscuridades que lo envuelven" (10). El símbolo es una figura que me permite reconocer otra. En sus orígenes griegos es la tablilla cortada en dos trozos que servía para reencontrar parientes, amigos, deudores que separados por la distancia y el tiempo podían reconocer sus lazos acercando las dos partes. El símbolo, desde siempre, expresa un encuentro deseado, grato y gozoso.

El símbolo no se nos presenta como algo extraño, ajeno a nosotros mismos: "al captarlo como objeto de meditación, uno contempla también la propia trayectoria que se dispone a seguir, captando la dirección del movimiento en el cual el ser es llevado" (11). "La percepción de la realidad simbólica total aviene en una experiencia intuitiva vital y global en la que convergen elementos afectivos, cognoscitivos (sensoriales, imaginativos, intelectuales-intuitivos, conceptuales difusos), volitivos, motores" (12). Como fenómeno global y unitario es omniabarcable y compromete a todo el hombre, conmueve a su ser material y espiritual y exige una respuesta pluridimensional.

Como valor complejo motiva los apetitos sensibles, la afectividad mixta y la voluntad racional. "Tiene valor estético contemplativo (el símbolo como ícono), valor celebrativo (fiesta y gozo desinteresado), tiene fuerza dinámica y operativa, es rememorativo y evocativo, introspectivo y extravertido, dirigido a la inmanencia y la trascendencia, hacia el pasado, el origen -individual y social-, y hacia el futuro" (13). El símbolo abarca toda la vida del hombre evocando en cada una de sus potencias resonancias a veces universales y a veces particulares e inefables. El símbolo actualiza su pasado en el aroma de la casa paterna, fecunda los sueños con imágenes desconocidas, hace presente el terruño en un paisaje, previene el futuro en una profecía. La riqueza de su contenido lo hace ambivalente, pero no ambiguo. La confusión de estos conceptos ha llevado a desmerecer la aptitud del símbolo en la develación del ser. "La existencia de esta disparidad absoluta tiende a constituir una especie de escándalo en un mundo cada vez más sometido, no solamente a la ley, sino a las exigencias del número, donde existe el hábito de pensar estadísticamente" (14). Pero esta pluralidad y diversidad de respuestas frente al símbolo constituyen su riqueza y sentido propio. El símbolo no pretende ser una deficiente copia del concepto, sino su más perfecto complemento.

El símbolo nos permite superar lo inmediato y "dar un salto a la trascendencia, a un plano de realidad situado allende al mundo de los meros objetos...El acceso a la trascendencia solo puede ser fruto de una voluntad expresa y esforzada de encuentro, visto como un acontecimiento creador de ámbitos interaccionales" (15). El símbolo es la llave que nos abre la puesta de un mundo latente en el plano sensible, cuya virtualidad se realiza plenamente en el campo de la trascendencia, como abrazo dinámico y transformante de dos microcosmos que se encuentran. Tanto la imaginación consciente como la subconsciente agrupa en series los símbolos al dirigirlos a la trascendencia (16).

El conocimiento simbólico no pretende reducir la realidad a la condición de objeto abarcable, agotable en su comprensión, delimitable. El símbolo nos invita a mirar la realidad por dentro, comprometidamente. Se le puede aplicar la frase de Gabriel Marcel: "Je en suis pas su spectacle". No se es mero espectador del símbolo, su misma presencia nos exige una respuesta vivencial, nos motiva e interpela a tomar posición frente a su captación.

Si bien hay conceptos que expresados por el símbolo pierden su universalidad y exactitud, hay verdades sublimes que se esconden a la aprehensión intelectual para abrir sus puertas virginales a la vía simbólica. El artista que en los versos de Marechal pregunta al mundo antiguo el camino de la Verdad recibe por respuesta estos sabios versos:

No esconde su dulzura,

ni se rinde a las armas

del rigor o de la astucia,

porque sales al encuentro

de la sed que lo busca:

porque su canto hiere

las ovejas nocturnas. (17)

El camino del rigor y de la astucia cercan la verdad sin lograr su rendición, sin embargo ella se da gratuitamente al sediento y al que en las noches permanece vigilante lo envuelve en su canto dulce y sugerente. Verdades escondidas a la ciencia son diáfanas para la poesía

Experiencia personal y unitaria, incompleta y pluridimensional, comprometedora y eficaz, acceso sensible de lo invisible y arcano; el símbolo se nos presenta como aquello cuya riqueza nos supera y, a veces, confunde. La hermenéutica del símbolo trae consigo la difícil tarea de su comunicabilidad. La actitud del intérprete ha de ser "no explicar nada, sino dejar que todo hable por sí mismo, no hacer decir a ninguna imagen más de lo que ésta dice por sí misma. Sólo hay que marcar los contornos, mostrar, por ejemplo, de dónde ha sido tomada la imagen y de qué rasgos se reviste para hacerse comprensible" (18).

En la automanifestación de Dios a su creatura vemos como el Creador, en su sabia pedagogía divina, usa de "lazos humanos"(19), de medios expresivos al alcance de nuestra naturaleza y se comunica no sólo por el lenguaje conceptual, sino por el simbólico. Así Dios deja ver algo de su esencia y de sus atributos en la impronta que sella su obra. La naturaleza pasa a ser el primer símbolo expresivo de Dios; símbolo universal y elocuente, suficiente para descubrir su existencia, su orden, su bondad, su belleza.... Al elegir a Abraham y a su descendencia para actuar la salvación en la historia se hace presente a su pueblo mediado por signos y prodigios que lo revelan y ocultan. La manifestación divina alcanza su mayor eficacia en Jesucristo, verdadero ícono de Dios, en el abrazo personal de la naturaleza humana y la divina la corporalidad asumida por el verbo lo expresa en el plano material. "La encarnación de Dios lleva a su plenitud toda la ontología y la estética del ser creado, del que se sirve dotándolo de una profundidad nueva, como lenguaje para expresar el ser y la esencia divinos" (20). Al ascender glorioso a los cielos y desaparecer así de nuestro universo sensible, Cristo prolonga su presencia por la vía simbólica a través de la iglesia y de los signos eficaces de los sacramentos. La Eucaristía, paradigma de la manifestación sacramental, hace presente de modo real a Jesucristo, verdadero Diso y verdadero hombre, visible y a la vez oculto tras la apariencia de una humilde luna de pan.

El hombre, en su difícil y secular acceso a Dios ha buscado hacerlos sensible en imágenes y fetiches. Astros, animales, personajes mitológicos, personificaciones de la tierra, la lluvia, la naturaleza, exaltaciones de las virtudes y las pasiones humanas poblaron el Olimpo de cada pueblo con la errada esperanza de hacerles presente un rostro de Dios escondido. Los israelitas, conscientes de no poder representar a Dios en ninguna imagen (21), envidiaban a los pueblos vecinos por sus ídolos y en muchas ocasiones se volvieron a ellos, hasta representar al Dios liberador con un becerro de oro.

Con la encarnación del Verbo, el Dios invisible se nos hace visible (22) y nos abre la posibilidad de representar a Dios en imágenes en las que "atrae lo trascendente de cuya presencia dan testimonio" (23). La iconografía cristiana, rica en imágenes y metáforas aprovechó recursos de la naturaleza, de la literatura -religiosa y profana-, de la ciencia biológica, etc., para representar a Cristo en la imagen del sol, el león, el pelícano, el pez, el pastor, la fuente, la vid, etc.

Del mismo modo que la automanifestación de las divinas Personas, la expresión de la persona humana se realiza por signos que develan y ocultan a la vez nuestro ser espiritual. En el gesto, la mirada, la sonrisa, etc., plasmamos de manera sensible aquello inmaterial que nos alienta. Nuestro propio cuerpo nos hace presente en el tiempo y en el espacio como símbolo de un todo que se expresa sólo en parte. "Mediante el cuerpo está el hombre en el mundo, se expresa e interviene responsablemente en la situación de la comunidad humana, inscribe sus acciones en la historia de modo indeleble; y ésta, le guste o no, conserva su huella y arrastra siempre consigo su imagen" (24). El cuerpo es el sacramento del hombre ante el mundo y la historia.

El recurso simbólico, compañero de nuestra historia cognoscitiva desde sus albores fue descartado y trivializado por el racionalismo al considerarlo poco científico. El exceso contrario, redujo su capacidad expresiva al exceder su propio sentido al contraponerlo indebidamente a lo conceptual-racional. Hoy reina ante nuestra sensibilidad estética un triste vacío simbólico. "Hay épocas en las que el hombre se siente humillado y degradado hasta tal punto ante la profanación y negación de las formas, que diariamente se ve asaltado por la tentación de desesperar de la dignidad de la existencia y renegar de un mundo que rechaza y destruye su propio ser-imagen. El tener que encontrar, a partir de este vacío aterrador, la imagen que el autor originario diseñó para nosotros, puede parecer tarea casi inhumana" (25). Nos encontramos ante el reto histórico de descubrir, reestablecer y -en casos- diseñar los símbolos expresivos del ser personal que hagan posible la vía de la sacramentalidad en el conocimiento de lo trascendente. En medio del crudo materialismo imperante en necesario discernir los recuerdos expresivos aún vigentes de la materia para poder trascenderla y llegar a través de su mediación al universo espiritual que simboliza. Sólo así superaremos la asfixia gnoseológica en que vivimos que nos lleva a descubrir a los otros como "lo" otro, imposibilitando la amistad originaria de Dios, los ángeles y los hombres al cosificar el misterio del ser personal. 

NOTAS 

1: Gügler, Alois. "Die heilege kunst". Landshut,1814,p.45.

2: Del Valle-Inclán, Ramón. "La lámpara maravillosa".ed. Austral, Bs. As., 1948, p. 118.

3: García Lorca. Federico. "La imagen poética".

4: Así llamaba Rainer María Rilke a los artistas.

5: Del Valle-Inclán, R. o.c., p. 22.

6: Concepto desarrollado por el P. Luis M. Etcheverry Boneo

7: Holzner, Josef. "El mundo de San Pablo". ed.Rialp, Madrid, 1965.

8: Vagaggini, Cipriano. "Conoscenza simbólica e gnoseologíatomista", en "Symbolisme et Théikigie". Ed.Anselmiana. Roma, 1974.

 9: Marañón, Gregorio. "Los deberes olvidados", en "Raiz y decoro de España". Ed.Espasa Calpe.c.Austral Nro 1111

10: Chevalier, Jean. "Diccionario de Símbolos". Ed.Herder, Barcelona, 1986, p. 15.

 11: de Becker, R. "Les machinations de la nuit". París, 1965 p. 289.

 12: Vagaggini, C. o.c., p. 126.

 13: ib., p. 127.

 14: Marcel, Gabriel. "El misterio del ser".

 15: López Quintás, Alfonso. "Estética de la creatividad" P.P.U., Barcelona, 1987, p. 78.

 16: Esta idea la desarrolla Mircea Eliade.

 17: Marechal, Leopoldo. "El Centauro", en "Antología Poética", Ed.Espasa Calpe, c. Austral Nro 941

 18: Herder, Johann Gottfried. "Maran Atha". Vorrede, Ed.Cotta 8.

 19: Oseas

 20: Von Balthasar, Hans. "Gloria". Ed.Encuentro, Madrid, 1985. p. 31.

 21: Dt. 4, 12 y 15.

 22: Col. 1, 15.

 23: Evdokimov, Pavel. "La connaissance de Dieu dans la tradition iconographique", "unité chretienne", Lyon, 1977, p. 60.

 24: Von Balthasar, H. o. c., p. 25.

 25: ib., p. 28.