LA SIMBOLIZACION

Lic. Mariana De Ruschi


Presentación

El presente escrito expone, sintéticamente, una teoría de la simbolización. Confluyen en ella, la reflexión psicoterapéutica y una concepción antropológica realista.

En cuanto a la definición de "símbolo", ella se ha ido modulando en un recorrido histórico del pensamiento filosófico, estético, teológico, lingüístico y psicológico, sobre el tema e intentaremos ahondarlo desde la perspectiva privilegiada de la labor psicoterapéutica.

Estas páginas adeudan mucho a numerosos músicos, poetas y artistas plásticos de los últimos siglos, cuyos escritos dejaron expresa una vivencia especial de la simbolización y que, a veces, incluso teorizaron sobre ella, acompañando de cerca la génesis de estos conceptos.


Introducción teórica al problema de la simbolización

Básicamente, en esta hipótesis, la simbolización tiene que ver con dos notas o características de símbolo. Una de estas notas se relaciona con el orden de los medios y es el uso de la ANALOGIA, lo cual nos ubica en el plano de un conocimiento.

La segunda nota, se relaciona con el orden de los fines, y es la aptitud del símbolo para colocar al hombre ante valores, sacarlo de la indiferencia espiritual y permitirle la aprehensión del bien para su naturaleza espiritual encarnada. Denomino a esta nota, aptitud del símbolo para otorgar sentido.

Quiero mostrar como estos aspectos, uno, la analogía, relacionado con todo paso arduo de la inteligencia hacia los objetos espirituales, y el otro, como búsqueda del reposo en un bien, búsqueda de la felicidad (marcado su oriente para la voluntad, en la sindéresis) - cómo estos aspectos, decíamos, confluyen en la simbolización en tanto proceso, cómo se produce una intensificación analógica desde los rasgos más accidentales de la realidad hacia la analogía esencial en la forma simbólica y cómo, simultáneamente, acontece una "interiorización" hacia la aprehensión espiritual del bien sostenida en las valoraciones anteriores (que quedan modificadas o subordinadas) y que es posible justamente por la analogía entre valores.

La consideración de estas dos notas propias del símbolo, deja expuesta la simbolización como lugar de confluencia de las funciones cognoscitivas y apetitivas o afectivas. Por esta confluencia, podremos argüir que a distinta profundidad cognoscitiva en la simbolización se corresponde una mayor intensidad y adecuación con la realidad, de los afectos. Sobre todo, queda de manifiesto la unificación necesariamente ordenada que cumple la simbolización en el psiquismo.

Definición

La simbolización es el conjunto de operaciones que provee al psiquismo de un conocimiento espiritual, experiencial, de la realidad en su apetibilidad. Es, asimismo, tal conocimiento alcanzado. Es un conocimiento valorativo, mas no especulativo; si bien la simbolización es un conocer espiritual que considera las realidades particulares en su capacidad de mover al apetito en su conjunto, exige la co-presencia de la sensibilidad, la cual permanece unida al espíritu en este acto cognoscitivo. Así la materialidad simbólica queda indisolublemente unida al sentido espiritual develado.

La aprehensión de un sentido espiritual en una materia manifestativa, es posible merced a la analogía, en cuanto relaciones profundas entre el modo de ser de la materia y del espíritu creado, del espíritu creado y el Creador. Es un conocimiento "sentiente" pues: lo anteceden y preparan valoraciones sensibles y sus emociones concomitantes y se sigue y acompaña de auténticos sentimientos.

Caracterización psicológica del símbolo y la simbolización

- Proviene de un proceso único de conocimiento (Piaget, S.K. Langer, línea psicoanalítica de A. Freud). Esta afirmación no contradice la especificidad cognoscitiva del símbolo (o de la simbolización).

- Es conciente (Lorenzer, teoría del yo en los desarrollos posteriores a A. Freud). Pierde actualidad. Un mismo aspecto de la realidad es pasible de diversas y sucesivas simbolizaciones, de menor o mayor profundidad.

- Asume todo el material representacional imaginativo resultante de la experiencia de la realidad a lo largo de la vida personal. Tiene "arqueología" (P.Ricoeur). Sin embargo el símbolo es creación, descubrimiento, novedad (G. Bachelard a partir de su "Poética del espacio").

- Si bien la simbolización guarda relación con la salud psíquica y la curación, se encuentra, al menos como tendencia, como "telos", aún en las patologías más graves (Jung).

- Así como, siguiendo una teoría psicoanalítica de las representaciones y por vía de la asociación libre se conduce al sujeto más bien a la "significación" que a la "simbolización", ("simbolización" que es entendida, en ese contexto, como pasaje de lo preverbal a lo verbalizado, de la imagen visual a su ligazón con un pensamiento racional) consideramos que el sujeto que simboliza alcanza el conocimiento del "sentido" de la realidad vivida. La intervención del lenguaje, que es condición de desarrollo intelectual, de manera general, no se refiere específicamente a la posibilidad de símbolo (nos distanciamos así de la postura de A. Lorenzer en un ámbito, y de P. Ricoeur en otro).

- Se trata de un conocimiento simultáneo de la realidad en cuanto "mundo" y de si mismo (así lo concibe P. Ricoeur, y J. Maritain al referirse al conocimiento por connaturalidad, el cual incluye al conocimiento poético).

- Los afectos concomitantes o resultantes de la simbolización son conscientes, como todo afecto, mientras, como todo funcionamiento, el proceso de simbolización, es inconsciente. El momento mismo de aprehensión de sentido en el símbolo, se registra, más que como conocimiento, por el deseo que promueve. Esto induce a numerosos errores. Afirmamos que todo momento cognoscitivo precede al momento apetitivo, por ende no se simboliza el afecto, como si fuese inconsciente o como si el símbolo diese "forma" a los sentimientos. (En este aspecto, nos diferenciamos del psicoanálisis en sus diversas acepciones de "representante de la pulsión", del pensamiento de P. Ricoeur, y de Jung quien concibe al símbolo como "expresión de la energía vital").

- El símbolo no es un sustituto (síntoma, resultado de la sublimación, o mera expresión analógica o metafórica como un "decir de otro modo"). Concebirlo como tal se sustenta sólo en la necesidad teórica de explicar su origen pulsional, o de definirlo como emergencia o expresión en la conciencia, de lo inconsciente.

- Los hábitos defensivos patológicos (originados en una aplicación "errada" de los primeros principios por estimaciones sensibles necesariamente parciales, incompletas, o fuertemente condicionadas, de la realidad) impiden la simbolización. (Esta concepción es afín a la teoría del "clisé" y de la "desimbolización" en A. Lorenzer).

- La cesura entre sensibilidad y espíritu, (la "desencarnación" y la "desespiritualización") promueve patología. El ser humano es proclive a dicha cesura. La simbolización cumple unificación

- La habitualidad defensiva obstaculiza el conocimiento de la realidad por simbolización. Bajo este rasgo, "simbolizado" se opone a inconsciente (habitualidad defensiva que mantiene los contenidos psíquicos en un nivel consciente pero "pre-simbólico"). En psicoanálisis, sólo A. Lorenzer se ha acercado a una concepción afín.

- La "interpretación", no siempre es discursiva sino más bien una "contemplación". No es "exégesis" propiamente, sino ese develamiento de sentido que la simbolización incluye. 

Conocimiento y afectividad en el proceso de simbolización

La simbolización se define aquí como un conocimiento. Por lo tanto es una función intelectual. Si bien ninguna función psíquica puede en concreto operar aislada, podemos definir teóricamente la función simbólica como un acto del entendimiento, el cual aprehende su objeto, por analogía, en concomitancia con la sensibilidad interna. Dicho de otro modo, la simbolización requiere de la potencia intelectiva una profunda encarnación, pues sólo puede asimilar su objeto considerando, en íntima unión con la sensibilidad, la experiencia, lo vivido, una realidad, en algún grado, protagonizada. Se trata asimismo de un conocimiento no discursivo o dianoético sino intuitivo, por lo cual debemos suponer actividad intelectual previa, completa, (intelecto agente, intelecto posible, es decir, abstracción) y discursiva. El conocimiento analógico de la simbolización, pone de manifiesto, claramente, la elaboración preparatoria de los sentidos internos y el permanente intercambio e influencia mutua entre conocimiento y apetitividad, tanto sensible como espiritual.

Para comprender tanto al símbolo como al ser humano que lo descubre o produce, es necesario concebir materia y forma, potencia y acto, cuerpo y alma, sensibilidad y espíritu, indisolublemente unidos en su naturaleza, y análogos.

No todas las operaciones del hombre son espirituales. Sin embargo, considerando la sensibilidad tanto cognoscitiva como deseante o apetitiva, se evidencia, que la espiritualidad infunde y tiende a asumir toda la unidad encarnada "haciéndola" propiamente humana en su actuar.

La simbolicidad, exige del "yo" un protagonismo, una entrega: El símbolo no es enigmático ni velado, es transparente del sentido que se ofrece en representaciones, (bajo condición de que la inteligencia salga a su encuentro dejándose guiar hacia el sentido por la afectividad, la que encontrará, por su parte, en la simbolización lograda, una posibilidad de despliegue más pleno). Es importante resaltar que, cada experiencia cuyo conocimiento y simbolización quede truncado, implica un doble abandono por parte del alma: Por un lado, (el lado de la realidad), el alma pierde un valor trascendental, queda adherida a un valor accidental o parcial (impidiendo a la sensibilidad su completud en la espiritualidad de la cual participa, y a la afectividad, un encuentro, una unión y un goce más humano y pleno); por otro lado, el del alma, quedan progresivamente abandonadas en su habitualidad de unirnos con el ser en la realidad, todas las potencias. Vemos como la simbolización es siempre dialogal, entre las potencias psíquicas, en el orden subjetivo, y entre las potencias y la realidad, en el orden objetivo del conocer.

Cada conocimiento varía según su objeto y según él, su especie inteligible. Pues bien la forma simbólica es la especie inteligible que el alma obtiene de la realidad vivida para aprehender intuitivamente su apetibilidad (su bondad, conjuntamente con su belleza, unidad y verdad). Los procesos cognoscitivos en la simbolización pasan inobservados y sólo vemos su resonancia afectiva. Como otras "species", la forma simbólica (el símbolo) me lleva a la realidad, a su conocimiento; pero me lleva a ella con todo su contenido afectivo y valorativo. El momento último de la simbolización es éste, que indica un bien, del que un corazón saborea (aún entre lágrimas o con la más dura confrontación de un mal) y al cual ansía adherirse. Es el amor, pasión y voluntad de un ser que se une interiormente, ante la unidad de la realidad, por la simbolización.

Los diversos grados de conocimiento, en el proceso de simbolización se corresponden a diversos grados de aprehensión del valor y a una esencial y creciente manifestación de lo analogado en el analogante formal (lo que llamaremos intensificación analógica). Esta gradación en la participación del valor en el conocer (sensible o espiritual) se transcribe inmediatamente en el nivel de la apetencia. Pero podemos decir, dado que la finalidad de la vida psíquica (alcanzar el bien) le compete a una potencia apetitiva, (la voluntad), que el movimiento hacia el valor espiritual cuya última etapa cognoscitiva llamamos simbolización, aprehensión de la apetibilidad espiritual, está imperado por la "voluntas ut natura" por el amor como pasión capital, y conducido por los afectos.

Las respuestas apetitivas a lo que se conoce ya sea en un registro imaginario o en una simbolización (con la participación de la razón en la producción de una forma simbólica) inician un "ascenso vivencial" en el que la respuesta afectiva (emocional o pasional) a la percepción conduce a las potencias cognoscitivas de la sensibilidad interna (imaginación, memoria, cogitativa) en la producción de una configuración representacional que promueve, a su vez, una respuesta, la cual marca un "territorio experiencial" para que la inteligencia, (capaz de reunir aspectos afectivos contrarios) produzca una configuración imagínica nueva, manifestativa del valor espiritual que ordena la "escala valorativa" y simultáneamente el conjunto de las potencias. Así, se devela en un símbolo (forma imagínica unida a su sentido o analogado) el valor, o la apetibilidad en la realidad vivida, con el consecuente movimiento del deseo. 

Conclusión

 La simbolización es el modo natural más alto de iluminación para los fines de la vida anímica. Este conocimiento es capaz de producir modificaciones en la habitualidad intelectual y afectiva, y de la actualidad de los sentidos internos.

Si la teleología psíquica orienta hacia el objeto capaz de darle felicidad al hombre, la simbolización juega en ello un papel primordial. Podemos retomar la distinción nietzcheano-freudiana entre "principio de placer" y "principio de realidad", y considerar a este último como un "principio de felicidad", un "principio de placer" superior y superador. La teleología de la vida psíquica, reclama de ella el descubrimiento y la formación de símbolos para alcanzar ese ámbito de unión entre espíritu y sensibilidad.

Por los símbolos el hombre conocerá la realidad vivida en tanto portadora, manifestativa, de los valores que permiten conducir esa misma vida hacia su fin. Digamos que el oriente está marcado, desde el inicio, por el hábito de los primeros principios morales; las vicisitudes del itinerario anímico corresponden, en buena medida, a las vicisitudes de la simbolización (en contrapunto con los hábitos defensivos). La simbolización concede al hombre un conocimiento encarnado, un conocer sintiente que lo mantiene en armonía con la realidad, que se le ofrece para darle sustento a cada paso.

Me he limitado, intencionalmente, en este escrito, a un enfoque antropológico del símbolo. Las aproximaciones al tema de la filosofía contemporánea y del psicoanálisis estructuralista omiten al hombre que simboliza.

Aquí cabe una breve disgresión histórica respecto de la relación entre analogía y simbólica: Es Kant quien las vincula por primera vez en su "Crítica de Juicio", en que señala un uso dogmático de la analogía ("antropomorfismo dogmático" para teorizar sobre Dios, en Teología) contrapuesto a una "antropomorfismo simbólico", que retiene la imagen analógica y que no permite conocer. Los románticos (Schlegel, Schieller, Goethe) omiten el problema del conocimiento en relación al símbolo. Lo definen en contraposición a la alegoría: la alegoría deja de representar tan pronto como entrega un significado, ejemplifica una idea que le es previa, con un artificio, se dirige al intelecto. El símbolo se dirige al espíritu y a la sensibilidad: alcanza un ámbito en el cual la imagen sigue siendo necesaria y me comunica con lo infinito, lo trascendental, etc. Es Cassirer quien se replantea la cuestión del conocimiento por el símbolo; considera que en el paso del "BILD" (imagen propia de un nivel mimético o mítica del símbolo en que el conocimiento es inferior) al "SINN" (símbolo en alemán es "sinnbild") se alcanza el momento propiamente simbólico, caso este de los signos lingüísticos y matemáticos: la materialidad de la imagen desaparece a favor de los significados con una clara influencia de Comte, Cassirer plantea un progreso cultural e intelectual desde el nivel mítico al simbólico. La analogía cumple una función secundaria, accidental.

P. Ricoeur retoma las definiciones románticas y hace la crítica de Cassirer ("La metáfora viva" y "La simbólica del mal"). Se refiere al símbolo denominándolo indistintamente símbolo o metáfora. Bachelard utiliza el término "imagen poética", lo cual considero más apropiado.

Ricoeur considera que cabe oponer la simbólica a la dogmática (conocimiento especulativo). Dirá que, mientras la analogía dogmática conduce al hombre al ser (con una separación de la imagen para retener la idea), la analogía simbólica o metáfora, lleva la imagen, transgrediendo la logicidad de la idea, el ámbito de la creatividad y por ella, al infinito.

Sin pretender hacer una crítica a Ricoeur, sospecho que la renuncia de Ricoeur a un soporte metafísico o antropológico, que en nada está reñido con la simbólica, condena ese ámbito de la creatividad, propio de la simbolización, a un estado de privación de ser y de verdad, de luz intelectual. ¿Acaso no están profundamente unidos en la realidad los trascendentales?. La creatividad simbólico conduce, sin duda, al ser y da al hombre un conocimiento del ser, bajo su aspecto de apetecible, de bueno y bello. Por eso puede decir Heidegger que la poesía llega más lejos que la filosofía, otorgando conocimiento.

Todo esto sería inconcebible si la materia no fuese analogante del espíritu o el cuerpo no los fuese del alma, si la realidad toda no fuese simbólica.

Para evitar confusiones en la lectura de este escrito he necesitado definir términos que usan de manera diversa, varias disciplinas.

a) Signo y significado. Símbolo y sentido

La materialidad del signo, bien puede llamarse (como lo hiciera la lingüística saussuriana) "significante", y su contenido, "significado". En el caso del símbolo, la forma o imagen son manifestativas de un contenido con características distintas a las de un mero significado, por lo cual lo denominaré "sentido". El sentido da a conocer valores; su aprehensión mueve la voluntad originando actos libres y creativos. Los significados son datos para la inteligencia en función de una ulterioridad (práctica o teórica). Conozco por el signo: el signo es un medio. Conozco en el símbolo de manera inmediata. El sentido me permite una ulterioridad vivencial profundamente creativa y rica en afectividad. El sentido exige protagonismo: se devela, se encuentra en un diálogo con la realidad. El significado se conoce o se interpreta mediante alguna convención o dato previo; los significados tienen características objetivas: están puestos allí, establecidos culturalmente, o siguiendo convenciones más o menos distantes de la esencia de lo representado.

El sentido pertenece al nivel de un encuentro entre las potencias espirituales (primero, la inteligencia) sin abandono de la sensibilidad, y la realidad, en tanto expresiva de una riqueza ontológica y metafísica que es el valor para la vida psíquica. El sentido surge de este encuentro íntimo con la realidad, el cual permite su asunción espiritual, y la simultánea subordinación de la sensibilidad a las potencias espirituales. El sentido opera concentración y unificación en el psiquismo, en contraposición con la dispersión de los significados.

Si el signo puede ser arbitrario, el símbolo nunca puede serlo. Quedan así diferenciadas las denominadas funciones semiótica y simbólica, "funciones" que la vida psíquica reúne e imbrica.

La "función representativa", que participa en ambas "funciones", quedará restringida, como concepto, a las operaciones representativas de la imaginación.

b) Simbolicidad

La simbolicidad es atribuida a la realidad, por la inteligencia, en modo análogo a la atribución de verdad. Es decir, la realidad es simbólica para la inteligencia que aprehende en ella, por su modo de ser, el sentido espiritual. Toda realidad posee potencialidad simbólica. A esta cualidad expresiva o manifestativa la denomino "simbolicidad".

c) Vivencia.

La palabra "vivencia" es, como sabemos, el vocablo "Erlebnis" de Hegel, traducido así por García Morente. Recibe en este escrito un significado muy próximo al que le atribuye Lersch en su obra, en cuanto es el modo de vivir que "integra unitariamente al ser psíquico". Adhiriendo al concepto de "corazón" en Pascal, podemos decir que vivencia es un "modo cordial" de la vida psíquica. En el contexto de la problemática que nos ocupa, "vivencia" quedará definida como la experiencia acompañada o precedida de simbolización. La vivencia supone un protagonismo personal y un conocimiento experiencial espiritual.

d) Los valores y el sentido, la apetibilidad.

Los valores se encuentran, objetivamente, en la realidad. Existen antes de que se los intuya.

Definimos el concepto de valor como "aquello que saca al sujeto de su indiferencia ante el sujeto". Ser y valer no se identifican en nuestra percepción ni en nuestro pensamiento, pues lo captado cognoscitivamente no siempre afecta (recordemos el pensamiento de Pascal y Scheler referido al "orden del corazón". Así definimos la simbolización como "conocimiento cordial").

Ontológicamente, los valores son esencias, eidos (determinaciones específicas de los diversos actos de ser); son pues, cualidades; al no tratarse de algo relativo, atribuimos toda relatividad en la valoración al modo de intuir del sujeto; siendo cualidades, carecen de sustantividad propia y se perciben en los seres en los cuales radican: son predicados del ser. Su profundidad ontológica se debe a su unión al ser.

El sentido espiritual que se devela en el símbolo -es decir por la construcción de la "species" simbólica, no es otra cosa que una epifanía de los trascendentales, del valor-. Del lado del símbolo (y del sujeto...) es "sentido". Del lado de la realidad concreta, es valor que llega a ser aprehendido - apetecibilidad de la realidad para un sujeto que apetece. Ciertamente podemos experimentar el desvalor, pero éste se conoce plenamente como tal, en el relieve que le otorga un valor que surge y se vivencia.

En el trabajo de la simbolización acontece un diálogo entre persona y realidad (vivida), se conoce por connaturalidad: se conoce la apetecibilidad de la realidad, y la cualidad del propio acto de apetecer. La simbolización ofrece un sentido que aunque se refiere a la realidad, se devela en un "corazón", develándolo.

El uso espiritual de la significación implica la abstracción o conocimiento de una clave o convención para interpretar signos, y su diverso contenido es usado como dato para una actividad teórica o práctica posterior.

El destino de la experiencia humana de lo real, sin embargo, no es la mera recepción de significados. Salvo el caso de la formación de síntomas y de patologías narcisistas, la realidad entrega al sujeto, sentido, por la simbolización: no ya las parcialidades, ni los signos imágenes como reflejo de las apetencias elícitas y sensibles, sino cada realidad como un todo contextuado simbólico, y así portador de un valor.

Los signos lingüísticos corresponden al dominio de la significación, es decir de la semiótica. Nos parece importante asentar que consideramos la principalidad del pensamiento respecto del lenguaje y de la realidad respecto del pensamiento. Es cierto que el hombre nace en una cultura que habla y que es imposible el pleno desarrollo del pensamiento sin lenguaje. Estimamos al lenguaje como la estructura expresiva (la expresividad incluye siempre un "otro" y por esto su valor comunicativo) que guarda 1) más estrecha relación con la estructura lógica del pensamiento (y con el particular modo de cada cultura de concebir la realidad); 2) mayor intimidad con la funcionalidad psíquica personal, pues acompaña siempre de alguna manera el recorrido de todo acto psíquico. Ambos aspectos se sueldan de modo habitual en el habla de cada usuario de una lengua.

No puede concebirse la analogía sino como "semántica de la participación" según la expresión de C. Fabro.

La simbolización, pese a la luminosidad que la caracteriza, es generalmente incompleta y precaria, pasible de verse corregida y renovada y sus efectos anímicos suelen ser inestables. Pero ciertamente, deja su sedimento en las potencias y genera hábitos nuevos.

El símbolo es una forma (species) cognoscitiva. Es indirecto e inmediato. Su especificidad radica en su objeto: la apetibilidad de la realidad vivenciada (protagonismo con presencia de todas las potencias). Permite así, aprehender de modo vivencial (intuición) el valor ("sentido" de lo vivido) orientando la "voluntas ut natura", el deseo en su conjunto.

Las sustituciones son propias de la actividad asociativa de la imaginación. La creación de nuevas imágenes, la relevancia de ciertas imágenes y el repudio de otras, resulta de la conducción de la cogitativa modulándose así el material imagínico. Las imágenes conservadas son inconscientes sólo por cuanto la conciencia es puntual y su actualización responde a diversos factores que alcanzan la imaginación siempre por la vía de la cogitativa.

Esta observación condujo a Freud a concebir dos principios separados en el dinamismo psíquico que regirían dos modos de proceder, (proceso primario y proceso secundario) inconsciente y consciente, separados por la barrera de la represión.

¿Cuáles son las relaciones que vinculan los sentidos internos?. Las "especies impresas" o formas sensibles son recibidas por la imaginación y conservadas por ella. La imaginación puede producir "especies expresas", es decir, re-presentar por la imagen: lo recibido de la sensibilidad externa, se combina en nuevas síntesis y constituye formas inéditas. La imaginación conserva, reproduce y crea. Si bien le cabe a la cogitativa un papel de intermediación primordial, especialmente por la inclusión de lo afectivo en los procesos cognoscitivos, todos los sentidos internos cumplen funciones de intermediación entre lo espiritual y la organización sensorial, (realizada ésta por el sentido común, guiada en su actividad por la cogitativa, lugar de confluencia entre sentidos externos e internos, y las facultades apetitivas sensibles y congnoscitivas por otro). La imaginación puede perturbar o favorecer tanto las funciones perceptivas como el pensamiento. La imagen sólo asume un significado por la actividad de la cogitativa y la memoria, por su intencionalidad. Esta "imagen intencional" es la que mueve el apetito sensible por el valor significativo que lleva. Insisto: esta "intentio" se refiere a lo particular. La memoria conserva estos "valores concretos". Finalmente la cogitativa ofrece sus "phantasmata" al entendimiento. ¿Por qué memoria y cogitativa son intencionales? Las relaciones que establecen una con lo pasado, otra con lo futuro (la inclusión de la temporalidad) indican una mayor participación de la racionalidad, una superación de la inmediatez espacio-temporal.

Esto es de suma importancia para un ser que sólo puede alcanzar su fin en un ser superior a él, su felicidad, en Dios, y lo hará necesariamente como hombre, en unión sustancial de cuerpo y alma, por vía de conocimiento y amor. (S.Th. 1-2 q 1a8). Recordemos siempre que lo material es participación de lo espiritual y esta participación es dependencia y semejanza. Por la participación interna de las potencias anímicas, se hace obligatorio el trabajo por analogía entre las representaciones, de un modo ascendente y progresivo hasta la construcción de especies inteligibles simbólicas con una participación creciente de las potencias espirituales hasta el acto final de intuición ("interpretativa") por parte de la inteligencia y su reflujo unificador sobre toda el alma.

Toda imagen con un valor representativo analógico, aproxima a una analogía más esencial. Este momento esencial, cumbre de la simbolización, implica la "construcción de un símbolo y la develación de un sentido (de manera indisoluble). En términos abstractos, ese sentido, es la aprehensión espiritual de una particular apetibilidad de una realidad, (y por la cual surge en el ser humano una pasión o apetito espiritual).

Ya que la función simbólica permite un conocimiento de la realidad en si, la voluntad puede imperar con adecuación a la realidad y gozar de ella, no ya según una apreciación sensible (principio de placer)

Lo cual se hará manifiesto en la renovación de las representaciones.

Queda este tema para ser tratado extensivamente en otra oportunidad.

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