El símbolo desde una óptica realista

Pbro. Eduardo Pérez

Bachiller en Teología (Univ. de Burgos) . Estudió Filosofía (UCA); y Estética (Univ. Complutense).

Publicaciones: El Ministerio del propio nombre. Editorial Gel

Cuentos para Encontrarnos. Editorial Elefante Blanco.


 Este trabajo es un primer acercamiento al tema del símbolo desde una óptica realista.

¿A qué llamamos "óptica realista"? Se trata de una serie de principios básicos, que consideramos como absolutamente ciertos por su evidencia, de los cuales partimos antes de filosofar sobre un determinado aspecto. Estos principios podríamos resumirlos en:

a) existe una realidad dada, algo preexistente a mi conocimiento y que puedo hacer mío por la vía de la intelección.

b) existe un sujeto que conoce y que al conocer la realidad la hace suya sin transformarla.

Algunos pensadores que se adhieren al realismo contemporáneo prefieren no hablar de relación sujeto-objeto y, asumiendo el lenguaje de Heidegger, optan por no reducir la realidad a su condición meramente objetiva. Así se habla del acontecimiento como de una realidad que el sujeto no contempla como mero espectador.

Yo prefiero seguir hablando de relación sujeto-objeto, pero situándolos dentro de su contexto gnoseológico, reconociendo que en el plano ontológico lo relacional de toda la realidad dificulta la utilización de estas categorías.

En definitiva lo que nos importa es que en el discurso racional el realismo tendrá como punto de partida una realidad dada y aprendida por mi intelecto y no un fenómeno construido por mis categorías subjetivas o a priori.

Ahora bien, partiendo desde esta óptica descubrimos en el campo de las realidades gnoseológicas el mundo de los simbólico. Sobre su existencia no dudamos. Nuestros principios realistas nos obligan a ser fieles al "ante facta non est argumenta". Su evidencia funda nuestra certeza.

El símbolo se nos presenta como un modo de vincularse por el conocimiento con ese mundo de lo objetivo.

La primera dificultad para estudiar este fenómeno está en que el tratado que estudia la teoría del conocimiento, lo que llamamos "gnoseología", no atiende de un modo directo a la actividad simbolizante.

La gnoseología nos dirá que podemos distinguir en el hombre dos esferas de conocimiento. El conocimiento sensible, cuyo producto más complejo es la imagen sensible unificada; y el conocimiento intelectual que en su movimiento inmediatamente aprehensivo alcanzará el concepto y por su proceso discursivo o analítico desarrollará el raciocinio.

Pero al símbolo no podemos identificarlo sin más con la imagen que no es sino la simple unificación de los distintos estímulos sensibles recibidos independientemente por los sentidos externos. Tampoco podemos asimilarlo al concepto que en su universal abstracción ha sido vaciado ya de todo su contenido particular y concreto. Menos aún se parece al raciocinio que supone el alcanzar una conclusión partiendo de una compleja interrelación de premisas, siendo que el símbolo se obtiene por simple intuición.

Tampoco encontramos una respuesta satisfactoria en la filosofía del arte. En ella vemos que el símbolo aparece estudiado como concepto indispensable para acceder al lenguaje estético. Pero la visión de la filosofía del arte no pretende agotar el aspecto gnoseológico del símbolo, sino sólo su especial virtualidad de sintetizar categorías trascendentes y hacerlas accesibles y transmisibles en un signo estético.

Así, en el estudio del simbolismo, uno se siente inclinado a valerse de otras escuelas filosóficas que lo plantean como el objeto central de la semiología. Ciertamente encontraríamos muchos aspectos positivos para nuestro estudio en estos tratados, pero para evitar el error, un principio básico de la lógica es partir de premisas verdaderas. Además, "parvo error in principio, magnus est in fine". Por eso desconfiamos de las conclusiones de aquellas escuelas cuyos principios son extraños a la postura realista.

Para poder ser coherentes con nuestros principios realistas debemos analizar el simbolismo de acuerdo con nuestros propios principios y este planteo exigirá el desarrollo de una teoría del conocimiento que contemple la capacidad cognoscitiva mixta, fruto del accionar conjunto de sentidos e intelecto, con una total interrelación del afecto, la imaginación, la memoria. etc.

1. Análisis histórico.

El lenguaje simbólico aparece como el primer medio expresivo del hombre. Los niños alcanzan su mayor elocuencia, no en sus conceptos y razonamientos, sino en sus gestos, posturas, expresiones. El mundo fantástico de sus cuentos no puede equipararse sin más a la mentira de los adultos. Los niños guardan intacta la correcta certeza de que el mundo fantástico, sin ser verídico, no deja de ser real. Su realidad no se reduce a reflejar la realidad de un modo directo, sino mediado por un símbolo que hace referencia a una realidad más profunda.

De la misma manera la conciencia humana utilizó desde sus principios para expresarse del lenguaje simbólico plasmado en sus expresiones míticas y artísticas. La conciencia primitiva es inmediatamente simbólica. La expresión simbólica aparece como la espontánea manera de vivenciar y transmitir aquello que aparece como trascendente, original y profundo.

Con el surgimiento de la conciencia reflexiva se produce una ruptura positivamente buscada por los primeros filósofos -los cosmólogos griegos- para librar la verdad de su expresión mítica y religiosa. La razón se enseñorea de la verdad. Su acceso a la realidad parece como único ingreso científico, es decir universalmente demostrable por sus causas.

Así comienza el desprestigio del lenguaje simbólico Sin embargo, su eficacia va a ser reconocida por grandes filósofos. Platón considera al simbolismo como una vía apta para el acceso al misterio original y sus mitos poseen una densidad ontológica enorme. Para Charles Bernard "la función mítica aparece clara; es un esfuerzo por trascender la condición temporal para remontarse al origen y anticiparse al fin. El mito completa la reflexión dialéctica ya que los conceptos elaborados a partir de la experiencia humana, por ser temporal y finita, no puede penetrar el origen y el fin".

El surgimiento de la filosofía propiamente dicha constituye uno de los grandes avances en la historia de la humanidad. El estudio de las causas más profundas del ser con la luz de la razón ha permitido elaborar un lenguaje conceptual universal y abstracto que desde el nacimiento de la filosofía ha iluminado el campo del pensamiento. Pero todo movimiento benéfico tiene su aspecto negativo si es llevado a su exceso.

Gusdorf dice en Mythe et metaphysique que "la conciencia reflexiva sustituye al régimen mítico como un régimen nuevo de desunión de oposición. El hombre se separa del marco en el que se mueve su cuerpo. Él descubre la autonomía de su pensamiento y de su propio ser. Para este análisis necesita ciertas distancias que hacen aparecer a la naturaleza como formando una realidad autónoma, un dominio ofrecido al espíritu y definido por la donación sensible en su materialidad".

Así la conciencia reflexiva puede conllevar una cuasi-separación de la realidad de consecuencias francamente infelices. La vía simbólica debe acompañar a la vía conceptual para imprimirle su carácter existencial, omniabarcante e interpelantante. Por otra parte el camino simbólico debe valerse del conceptual para no perder su clara definición y su universal capacidad de expresión.

Este desplazamiento del símbolo del campo metafísico por considerarlo anticientifico por su falta de universalidad redujo su campo de acción a la esfera del arte y de la licencia poética. Pero el máximo desprestigio del símbolo podemos situarlo con el surgimiento del racionalismo. Los principios de esta escuela filosófica se basan en que la razón por sí sola nos proporciona el pleno conocimiento de la realidad. Sólo los juicios fundamentados en la razón poseen verdadera razón lógica. Los estadios cognoscitivos anteriores a la razón o "para-racionales" carecen de total validez científica. La razón desplaza incluso el estadio supra-racional de la fe del campo de la verdad lógica. La sola razón es capaz de comprender, abarcar y explicar la realidad. La razón desconoce el límite del misterio.

El empirismo, en el movimiento tantas veces pendular de la historia de las ideas, sostiene lo que para nosotros es el error opuesto. Su intento busca rescatar la experiencia, pero para hacerla la medida de toda la realidad. No existen a priori en el conocimiento. El intelecto es una tabula rasa que recibe de la experiencia toda la materia para elaborar ideas simples y compuestas. El intelecto sólo elabora, pero no supera la experiencia.

La división del campo gnoseológico sensible e intelegible se hace cada vez más marcada e irreconciliable. La actuación conjunta de ambas esferas como lo propio del ser hombre -cuerpo y alma-, -materia y espiritu-, -barro y soplo de Dios- parece impensable. El concepto de corazón en Pascal, el sentimentalismo de la escuela romántica, el vitalismo de Bergson y la reflexión vivencial de los existencialistas constituyen los intentos contemporáneos de superar la ruptura de la unidad sustancial que supone el concepto del hombre.

La palabra diablo deriva del vocablo griego diaboloò que hace referencia a división, enemistad y discordia. Parecería que la más sutil de las tentaciones de nuestros tiempo fuera la de dividir al hombre en su misma autocomprensión.

Con Freud se rescatara el valor del símbolo, pero para reducirlo a la función simuladora. En su concepción, la censura rechaza las imágenes ilícitas y a ellas no les queda otro medio para sobrevivir que el de simbolizarse. A través de dramas simbólicos se experimentan las pulsiones, los deseos más íntimos y los complejos generadores de angustia. Al análisis le corresponde el descubrir el sentido escondido detrás de estos relatos desarrollados según claves oníricas.

Así podemos decir que para Freud el símbolo es la relación que une el contenido manifiesto de un comportamiento, de un pensamiento, de una palabra con su sentido latente. Pero esto es un reduccionismo, el símbolo no es la imagen disfrazada, ni el mero disfraz que hace posible el que la imagen supere la censura. Tampoco se reduce su valor a la posibilidad de traducir su contenido al lenguaje conceptual. El símbolo tiene valor en sí mismo como capacidad de acceder de manera inmediata a lo trascendente escondido detrás de una realidad inmediata.

La enseñanza de Jung ensancha el campo del lenguaje simbólico al no confinar su sentido al pasado individual de un hombre concreto. Él descubre que el simbolismo es un lenguaje objetivo que tiene correspondencia con el misterio religioso. Así, el símbolo pasa a tener una dimensión ontológica fundamental, reveladora de las realidades más profundas del alma.

2. Análisis fenomenológico.

Después de hilar algunas ideas sobre evolución histórica de la valoración del simbolismo, vamos ahora a plantarnos frente a su misma realidad concreta para, antes de ingresar a su estudio de modo sistemático, describirlo tal cual se nos aparece.

En primer lugar notamos que la división y contraposición del conocimiento sensible e intelectual ha traído como consecuencia una notable asfixia gnoseológica. El hombre que en el acceso del ser respira con los dos pulmones del sentido y la inteligencia se ha visto obligado a elegir uno para desmerecer el otro. El símbolo degradado a su mera expresión material o reducido a una manifestación de la fantasía, se cierra a la trascendencia y se excluye como instrumento para el descubrimiento de la realidad.

Para la filosofía realista se presenta como un reto. La exigencia de sistematizar su concepto y su estructura, su función en el conocimiento y su relación con el camino conceptual se impone en un mundo que aceptando la composición hilemórfica del hombre como sustancia compuesta de cuerpo y alma exige cada vez con mayor insistencia una visión unitaria que la complemente y exprese el contenido de realidades mixtas como el conocimiento simbólico, los afectos, la sensibilidad estética, etc.

Ante la cerrazón anti-metafísica y anti-trascendente del mundo contemporáneo, el símbolo aparece como la única ventana abierta a la trascendencia en la actual cultura inmanente y materialista. En esta civilización de los medios de comunicación masivos, la cultura de la imagen anula al acceso a la vía conceptual, pero no a la simbólica.

El desarrollo del simbolismo aparece como una exigencia para el acceso al misterio del ser. La realidad, irreductible a los límites de nuestra conciencia, aparece accesible, aunque nunca del todo comprensible, detrás de símbolos que develándola a nuestros ojos no dejan de ocultarla con una humilde reverencia.

3. Análisis sistemático.

Etimológicamente, el símbolo, es aquella tablilla, generalmente de arcilla cocida, que partida en dos permitía al reencontrar ambas partes reconocer relaciones de familia, de amistad, de patrimonio. Es, ante todo, un modo de conocimiento, una clave para develar un enigma.

Para acercarnos a su concepto, podríamos describirlo como una imagen significante que por una resonancia natural , cultural o personal me refiere cognoscitivamente a un significado que lo supera. Por esta misma apertura a significar o evocar algo que trasciende la misma imagen no podemos reducirlo al campo sensitivo. Tampoco podemos asimilarlo al campo intelectual. El concepto para alcanzar universalidad debe abstraer todas sus notas individuales, pero estas permanecen intocables en el símbolo. Su naturaleza es claramente mixta: en lo particular muestra lo universal; en lo concreto lo abstracto; en lo material lo espiritual.

El símbolo muestra y oculta y en esto reside su humildad y su grandeza. El símbolo respeta con reverencia lo inaccesible del misterio que lo supera y se contenta con dejarnos gustar sólo una parte de su riqueza infinita.

Lo objetivo de su carácter permite su comunicabilidad, pero también tiene algo de subjetivo, una resonancia personal absolutamente intransmisible. El símbolo se mueve en el claroscuro de la luz y de la sombra. Su humilde ambición no es agotar la fuente de que bebe, sino solo gustarla.

El símbolo realiza el concepto relacional o lúdico de conocimiento. Mi contemplación no es meramente pasiva. El símbolo me interpela, exige mi respuesta, no permite mi indiferencia. El símbolo aparece como una realidad pluridimensional, pero -a la vez- incompleta. Pluridimensional porque exige la participación del hombre entero, en la captación de su contenido y en la elaboración de su expresión interviene todo el hombre: alma, cuerpo, inteligencia, voluntad, sentimientos, afectos, sentidos, apetitos, etc.

La vía conceptual puramente intelectual debe colaborar con el simbolismo en el acceso del ser para darle objetividad fundada en su universalidad y delimitación. El exceso del racionalismo es tan peligroso como el de su opuesto irracional.

El simbolismo es exigido por la naturaleza misma de la develación del ser personal. Probablemente nadie que conozca nuestro nombre completo, nuestro curriculum, las medidas materiales de nuestro cuerpo y las dimensiones inmateriales de nuestra alma , los índices de nuestra inteligencia y la potencia de nuestra voluntad llegue a descubrirnos tan bien como aquel que conozca el misterio oculto detrás de nuestra mirada, de nuestra sonrisa, de nuestros sueños y recuerdos.